Álvaro Sáenz Zúñiga, presbítero
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Empezamos el rico camino de la Cuaresma que nos lleva a la cruz de Cristo, que se volverá en resurrección. Jesús, el Señor, como Ezequiel, es llevado al desierto por el espíritu que se agita en él desde el bautismo.
Como el pueblo de Israel fue probado en el desierto, el nuevo Israel, el Mesías, tiene su propio proceso. Pero ambos afrontan el reto de manera distinta, porque Jesús vencerá al tentador.
El Señor ayuna 40 días. El número 40 indica un tiempo indeterminado, un giro en la vida, cambiar generación. El diluvio dura 40 días y 40 noches, porque de él surge una nueva humanidad. Los israelitas van 40 años por el desierto, deja atrás una generación infiel y nace otra diferente. Moisés y Elías, que pasan sus 40 días orando o peregrinando, experimentan cambios vitales a partir de ello. Jesús ayuna 40 días y pasa de su vida privada a la pública.
Mateo nos narra una escena tremenda, la terrible confrontación entre el proyecto salvador del Padre y el proyecto destructivo del tentador, el diablo, el Satanás del Antiguo Testamento. Las propuestas son tres: un milagro injustificado, exhibicionismo arbitrario y con manipulación de los ángeles, y arruinar el corazón del justo con un deseo desordenado por el poder.
Jesús responde con determinación y relativiza las propuestas, las pone en su verdadera dimensión. Se apoya en el Antiguo Testamento con tres frases imponentes y expresivas de su conciencia mesiánica sobre su tarea.
La derrota del tentador es evidente. Por ello se retira. Y el que sirve a Dios es consolado por Dios. ¿Pasará acaso lo mismo cuando nos visita a nosotros el tentador? Sepamos imitar a Jesucristo.
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