Deportes
Miércoles 8 de agosto de 2012, Costa Rica
Pasión por el deporte

Frente a su estatua despierta el niño de cada quien

En busca de Peter Pan

Antonio Alfaro, enviado a Londres

analfaro@aldia.co.cr

No es como lo imaginaba, ni parecido al de mi niñez, el Peter Pan de Disney, con orejas puntiagudas, vestido de verde de pies a cabeza, desde el sombrerillo con una pluma roja, de paso por su ajustado y largo camisón amarrado en la cintura por un cordel, hasta sus pantalones ajustados y los zapatillos de duende color marrón. No se parece, pero no importa. Es él. El de verdad.

Más está el Peter Pan de Steven Spielberg, ¿lo recuerda?, el de la película Hook que en 1991 protagonizó Robin Williams, el único Peter Pan que sí dejó de ser niño y volvió a Nunca Jamás a enfrentarse al Capitán Garfio.

El original, inventado, por el escocés James Matthew Barrie para una obra de teatro presentada en Londres en 1904, parece un pequeño normal, aunque casi es posible escuchar el encanto de su pequeña flauta.

Entre los héroes de mi niñez deseaba encontrarlo en Londres, justo en la mágica sede del triatlón olímpico, un parque como dos veces La Sabana, con un lago, áreas de comida y fuentes que dan paso a pequeños bosques, senderos rodeados de arbustos, rincones rebosantes de frambuesas, caminos para andar, correr, meditar, sentir... En ellos habitan patos, cisnes, ardillas, palomas y cuantos londinenses escapan en él de la diaria rutina.

Atento a su encuentro, caminé hacia el triatlón, entre árboles. No le vi la pluma del sombrero, aunque tampoco era de extrañar. Peter Pan siempre fue escurridizo y no iba a andar por ahí a la vista de todos, menos ante los miles de aficionados que llegaron al parque en busca de otros héroes, los del momento, los hermanos Bronwlee. Yo también me olvidé de él por una hora con 52 minutos y 39 segundos, los que duró Leo Chacón nadando por un lago de cocodrilos, peleando luego en la borda de un barco pirata, con espada de madera en mano, volando del mástil a la proa, rescatando las ilusiones a pesar de las heridas.

Entonces, finalizada la prueba, y esparcida la muchedumbre, tomé otro rumbo en busca de la salida del parque, con la esperanza de hallarlo.

Una ardilla me dijo por donde. Y en efecto. Ahí estaba con su flauta, encantado a niños y viejos, con la misma magia de 1912, cuando fue inmortalizado en escultura.

Entonces se acercó una anciana con los ojos chispeantes de alegría, se le unieron su esposo y su hija para una fotografía junto aquel niño que no quería crecer. Entonces entendí -más bien sentí- que en cada uno sigue viviendo un Peter Pan.