Londres. - Le dolía el cuerpo, le sangraba el alma…
En silla de ruedas, incapaz de dar un paso más recién pasada la meta, Leonardo Chacón estaba tan adolorido de su espalda raspada, sus costillas golpeadas y su cadera inflamada, como de sueños rotos. ¡Leo! –le gritó su técnico, Roberto Chacón, a unos diez metros de la zona de competencia. Él tan solo atinó a voltear la mirada, empujado hacia la enfermería. -¡Hoy demostraste coraje! –le gritó de nuevo el estratega.
Desde la fatal caída, el costarricense había luchado durante una hora y 35 minutos contra el dolor. El dolor físico. Y el moral. Sufrió haber despertado en el pavimento, la que estaba siendo la competencia de su vida.
Había nadado como los mejores en las frías aguas del lago Serpentine, en el Hyde Park. Brazada a brazada, patada a patada, había logrado terminar los 1.500 metros de natación en 17 minutos con 24 segundos. ¡Como nunca! Aunque es bueno nadando, Leonardo pensaría en hacer 17:50 en el mejor de sus días (hizo 17:55 en la Súper Serie de San Diego, en mayo, su más destacada presentación a nivel internacional).
Había salido del agua con los “monstruos” a la vista, los llamados a ganar la competencia. Con el ciclismo por delante, el tramo fuerte de “Leo”, no tardaría en ponerse a pedalear codo a codo con ellos. Era como lo había soñado.
Parque abarrotado
La mañana estaba nublada, fría, pero el ambiente alrededor del triatlón no podía calentar más. El Hyde Park, donde las familias suelen ir de paseo, estaba a reventar de aficionados. El acceso gratuito a gran parte del recorrido, la oportunidad de ver pasar a los atletas una y otra vez (dos veces en natación, siete veces en ciclismo y cuatro en la carrera), pero sobre todo la presencia de los sensacionales hermanos Brownlee, figuras de Gran Bretaña, tan favoritos en el triatlón como Wiggins en el ciclismo, Usain Bolt en los 100 m. o Phelps en la natación, se habían conjugado para tener una gran competencia.
Había vallas a lo largo del camino para contener a los aficionados, cámaras de televisión en diferentes puntos, incluso áreas, cables que iba y venían. En tan gran evento, una pequeña rampa atravesaba la ruta de competencia. Fue ahí donde apenas iniciando el tramo de ciclismo, el canadiense Simon Whitfield perdió el equilibrio, pegó contra una barda, intentó reincorporarse, cayó en el pavimento justo en frente del buen día de Leonardo Chacón.
Whitfield, un coleccionista de triunfos, hombre de experiencia, uno de los tres triatlonistas de la historia con cuatro Olimpiadas, medalla de oro en el 2000, décimo lugar en el 2004, medalla de plata en el 2008, cayó como un novato. Leo voló como lanzado por el “Malacrianza”, según él mismo describe, cual liberiano que es.
Cuando de nuevo pudo levantarse y ver dónde estaba, tenía el cuerpo maltrecho, el casco quebrado, la bicicleta trabada por los aros torcidos, la manivela quebrada en el lado derecho, la cadena fuera de lugar. El sueño fuera de lugar.
Pelea de emociones
Serio, sin expresar mayores emociones Roberto Solano esperaba cerca de la zona de meta el paso de los atletas en cada vuelta. Desazón y orgullo, batallaban en su interior.
-“¡Qué pena!”, decía, abrumado por el infortunio, aunque segundos después optaba por aferrarse a la valentía de Leonardo. “Está demostrando coraje”, añadió tras echar un vistazo a la pantalla gigante, donde podía ver el triatlón en vivo.
Relegado del puesto 18 al 43, pedaleando en el último de los tres pelotones que se formaron en el tramo de ciclismo, Leo incluso se puso por momentos al frente del grupo colero. Le dio duro, hasta que alcanzaron al segundo grupo y redujeron la diferencia con los líderes de 1:53 a 1:10.
“Ahí hubiera estado él”, expresó Roberto Solano, mirando en la pantalla como el grupo puntero volvía a acelerar. “Era para estar en el top 10”.
“Justo en este momento hubiera estado atacando... en la última vuelta del ciclismo... así habíamos definido la estrategia”.
Intentar una fuga en el ciclismo, el tramo fuerte de Chacón, y ganarse unos segundos para su tramo más débil, la carrera, donde sería rebasado tan solo por algunos, era el plan perfecto.
En su lugar le tocó sufrir cada uno de los 10 kilómetros. Padeció, aguantó, no se rindió. Superado por algunos, no por muchos, apenas relegado del puesto 39 -en el que terminó el ciclismo- al 48, Leonardo llegó a la meta sin poder dar un paso. Lo sacaron en silla de ruedas. Le dijeron que lo llevarían a la enfermería, pero no era cierto: iba directo a recibir la medalla de oro al coraje.
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