Domingo 8 de junio de 2008, San José, Costa Rica
Nacionales | Tormenta dejó heridas imborrables
Pérez Zeledón con el “alma” destrozada
Usted puede ayudar a víctimas
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    Esto queda del puente de Rivas. Alejandro Arley.
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    En la escuela Juan Valverde Mora, de Rivas, los niños no asistieron a lecciones. Las maestras hicieron listas para ayudar a las familias. Foto: Alejandro Arley.
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    Rónald Barrantes, vecino de Rivas, observa los restos del camión que su familia usaba para jalar chanchos. El río no afectó su casa. Foto: Alejandro Arley.
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    La escena es triste. Las familias no pudieron salvar sus pertenencias de la furia del agua. Las pérdidas son millonarias en Pérez Zeledón. Foto: Alejandro Arley.
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    Muchos regresaron a sus casas esta semana, otros no tuvieron la misma suerte. Esta imagen es del albergue del centro de exposiciones. Foto: Alejandro Arley.
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    La ropa que llega a los albergues se va en cuestión de segundos. Las madres saltan sobre las prendas para darle algunas a sus hijos. Foto: Alejandro Arley.
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    El puente que estaba cerca de la delegación de Policía, en el centro de Pérez Zeledón, es uno de los primeros que va a reparar el MOPT. Foto: José Rivera.

Alejandro Arley Vargas
aarley@aldia.co.cr

¿Aquí había una calle? Le pregunté a don Asdrúbal Esquivel.

“Sí, pero quedó solo esta orilla. Gracias a Dios el agua no se llevó las casas”, responde mientras el río General ruge a escasos siete metros del corredor.

Los restos de la vía, que pasaba por el Poliderportivo de Pérez Zeledón, son apenas una muestra de la furia de la tormenta tropical “Alma”; la más odiada en el Valle de El General después del huracán César, ocurrido en 1996.

“Alma” atacó sin piedad entre la madrugada del miércoles 28 y el viernes 30 de mayo.

La tormenta se llevó mucho más que puentes, casas y caminos. Arrasó con la esperanza y el brillo en los ojos de muchos generaleños damnificados.

La gente camina incrédula. Trata de asimilar la tragedia, pero ¿quién se puede acostumbrar a la idea de que en una tarde su casa se redujo a escombros?

“No sé si me voy o me quedo, de verdad no sé”, dice don Asdrúbal con la mirada perdida en el río... en el bendito río.

Una odisea

Es lunes. Por el colapso de la carretera Interamericana sur, viajamos siete horas por la Costanera, hacemos fila en casi todos los puentes y nos aguantamos el mal estado de la vía de lastre.

Por la hora, solo nos da tiempo de ir al centro de San Isidro. La furia del agua arrancó el puente que queda cerca de la Fuerza Pública y destrozó una calle completa en el barrio Santa Cecilia.

“Si hubiera llovido 15 minutos más, el río se lleva todo”, me cuenta Francisco Suárez.

Rivas, el “epicentro”

Amanece el martes. Las botas de hule me “chiman” y nos dirigimos a Rivas de Pérez Zeledón.

La calle se corta bruscamente, me asomo y la escena desconcierta. El largo puente yace en el suelo, como mi quijada.

“Mi casa se hundió”, dice Teresa Martínez, quien sale de Rivas junto a su esposo y una hija.

El pueblo luce como epicentro de un terremoto. Mientras unos se van, otros sufren para entrar.

Cindy Fallas, de 23 años, tiene que usar el improvisado puente de palos que está a solo 50 centímetros del agua.

Confía su pequeña Ashley, de dos años, a un muchacho fornido. Cruza el puente despacio para luego reunirse con su hija.

Al otro lado hay una pulpería cerrada por el lodazal y funcionarios del ICE que batallan para devolver “la luz” y los teléfonos.

Una casa vacía a la orilla del río es fiel reflejo de lo que pasó. Ropa, una mesa y un televisor inservible son los únicos rastros de que en ese sitio habitó una familia.

A pocos metros de ahí, Rónald Barrantes mira el camión de su familia que la correntada volcó como si hubiera sido de juguete.

“Por dicha no hubo pérdidas humanas”, afirma.

Aquel Pérez que conocí hace apenas seis años está irreconocible, desfigurado.

El sector conocido como “La Playa” en el distrito Daniel Flores, es una jungla con casas.

Aquí nadie piensa en el decreto de emergencia o en el recuento de daños de la prensa.

Aquí nada más se piensa en sobrevivir, en el agua para tomar, en comida, en la ropa que falta, en una vivienda digna.

“Me cuesta mucho encontrar una casa de alquiler”, me dice Marlene Montero.

Después de vivir esta experiencia en Pérez Zeledón, es prácticamente imposible no valorar todo lo que se tiene en casa. A mí me pasó... ¿y a usted?

“No me dijeron del riesgo”

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Horton sufrió con los efectos de “Alma”. Alejandro Arley

Víctor Horton es argentino y en enero compró una casa en el sector conocido como “La Playa” de Pérez Zeledón.

Lo encontramos volando pala bajo una llovizna, tratando de quitar una gruesa capa de tierra de su jardín. Con solo dos meses de vivir en la comunidad le tocó sufrir los efectos de la tormenta tropical “Alma”, una de las más devastadoras que recuerda el país.

“No nos dijeron que era una zona de riesgo. La Municipalidad nos dio los planos catastrados y todo. Hasta hace 15 días le metimos la cerámica al piso”, comentó con tristeza.

En la casa de Horton se dañó el equipo de sonido, la refrigeradora, el televisor, las sillas, las mesas y la cama.

“Ayer nos regalaron unas esponjas”, añadió. Horton comentó que quiere buscar un sitio nuevo donde vivir con su esposa. Al frente de su casa el panorama es desolador. Piedras, palos, lodo y escombros son los protagonistas.

Dura vida en los albergues

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Aurora es una de las mujeres afectadas. Alejandro Arley

Un pequeñito duerme profundamente sobre una espuma, cobijado nada más por la mirada preocupada de su madre.

El salón de exposiciones de Pérez Zeledón, contiguo a la Hotelera del Sur, se convirtió en el hogar improvisado de cientos de generaleños, víctimas de “Alma”.

“No nos podemos quejar, comida no ha faltado, pero el frío de la noche y la bulla de los camiones no dejan dormir”, comenta Rosa Emilia González.

El lugar es techado pero de paredes abiertas. En la zona verde, los chiquillos tratan de olvidar las penas con una buena mejenga de fútbol. Las madres esperan con ansia la llegada de un cargamento de ropa. Saben que ahí puede estar la prenda que buscan para sus hijos, esa camisa o ese pantalón que sustituya el mojado y lleno de lodo.

Algunas señoras barren, otras cocinan y la mayoría de los hombres regresa en la noche después de trabajar. “Mi hija tiene una bebé y quiere volver a la casa, pero a mí no me gusta la idea”, dice Aurora Navarro, de 59 años, una de tantas víctimas.

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