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Domingo 18 de septiembre de 2011, Costa Rica

‘Coligalleros’ de Abangares luchan a diario por subsistir

Cientos siguen con la fiebre del oro

Carlos Láscarez S.

clascarez@aldia.co.cr

Abangares.- Como cada día, Roy Rodríguez Jiménez, de 37 años, toma su mazo, punta de acero y barrena con la ilusión de encontrar alguna de las vetas de oro que aún duermen en las abandonadas minas de Las Juntas.

Con ese mismo pensamiento, al menos 400 mineros artesanales o coligalleros abandonan sus viviendas para internarse en medio de la montaña a falta de fuentes de empleo.

La mayoría forma parte de alguna de las tres asociaciones de coligalleros del cantón. Luchan para que no les limiten la posibilidad de laborar allí.

Aunque no cuentan con una hora establecida para el inicio de la jornada, la mayoría de los trabajadores ingresa a la mina de su interés –en la zona hay 15 – “para rendir bien el día’.

En la actualidad, las minas más frecuentadas son la Tres Hermanos, Boston, La Chiri y La Sierra en Abangares, así como Líbano y Turín, en Monteverde.

El viernes pasado, un equipo de Al Día ingresó a las profundidades de la Tres Hermanos,

Tras ingresar los primeros 20 metros, la visibilidad se perdió por completo. Quedamos a expensas de un casco con luz.

Con cada paso observamos como el agua que cubría los tenis o botas se tornaba amarillenta; en ocasiones más fría de lo normal.

Angosta y con olor a óxido

Aunque al inicio existían túneles de 1,5 metros de ancho, conforma se adentra en la mina –de tres kilómetros de largo– suelen reducirse o ensancharse.

En el ambiente se percibe un olor a herrumbre que proviene de barrotes oxidados. Los dejó allí un compañía peruana.

Hay que agacharse varias veces para seguir, ya que existen tablones de madera incrustados que usaban, años atrás, para evitar que la mina se derrumbara.

En algunos se puede leer con claridad nombres como “Oldemar” o “Marcos”.

Caminamos rodeados de estalactitas hasta una naciente de agua cuya base han cubierto los coligalleros con sacos de arena para que se mantenga limpia, en caso de ocuparla.

Dos tubos en perfecto estado se mantienen adheridos a la mina, a lo largo de dos kilómetro. Fueron usados hace años para meter aire mediante compresores.

Una constante es la lluvia dentro de la mina; los coligalleros buscan sitios cálidos.

No menos peligroso es trabajar en las llamadas “chimeneas”, de hasta 50 metros de alto. Estas son similares a subniveles hechos con pilares de guachipelín.

Como si el trabajo no fuera exigente, los coligalleros también se cuidan de los sucucheros, supuestos mineros que ingresan con el ánimo de robar trozos de cuarzo que arrancan y que depositan en sacos de gangoche.

Para asegurarse de que el material sacado tiene algún hilo de oro, hacen una pequeña prueba en el exterior. Sin embargo, si al volver ya hay otro coligallero picando en el mismo lugar, deben hacer sociedades para repartirse las ganancias.

Tras varias horas de picar, la mayoría logra llenar medio saco de material que sacan en hombros de las oscuras minas. Lo siguiente es bajarlo, por medio de bicicletas o vehículos, hasta el pueblo, donde les esperan de dos a tres horas de trabajo al lado de la “rastra”, una máquina que muele el material extraído. Pagan ¢2.500 por cada hora de uso.

Reglas que se deben cumplir

Otro de los códigos dentro de las minas es el respetar al menos 20 metros de distancia uno de otro, así como salir en caso de una urgencia fisiológica, ya que la combustión y los gases podría generar una reacción tóxica.

Nuestro guía, quien ya suma 11 años de experiencia, cerró su día con la venta de siete gramos de oro por los que obtuvo ¢107.800, dinero que tenía previsto para pagar el recibo de la luz y el agua.

Dos días antes, había conseguido el monto para cancelar una pensión alimenticia. Así evitó ser detenido. Con un apretón de manos, se despidió.