Lunes 22 de noviembre, 2004. San José, Costa Rica.


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Campeonato Nacional 2004-2005


 

Imágenes del encuentro Costa Rica-Honduras

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“Ver a los pacientes retomar su vida es un sueño hecho realidad”, comentó la doctora Matamoros en su oficina, en el tercer piso del Hospital Nacional de Niños. La cirujana fue nombrada codirectora del Programa Nacional de Trasplantes, que incluye a adultos y niños.
Allen CAMPOS, para/Al Día

Naranjeña digna de admirar

María Amalia Matamoros, ganadora del Premio a la Atención Humanitaria

José Ricardo CARBALLO

Desde que regresó de Japón, hace 5 años, cada vez que la invitan a poner los pies sobre la tierra, María Amalia Matamoros Ramírez dice que prefiere seguir soñando para no parecerse a todos los demás.

Antes de resignarse a engrosar las filas del funcionario que solo trabaja en horas hábiles a cambio de un salario, esta reconocida cirujana demuestra, en cada una de sus acciones, que con mística se puede derrotar la mediocridad.

Además:

  • “Seguiré volando”
  • Esa actitud ejemplarizante –quizá la mayor herencia de la cultura oriental– fue suficiente para hacerla acreedora del Premio a la Atención Humanitaria que otorga la Caja al empleado que haya prestado un servicio extraordinario.

    Ella señala que el galardón representa una gran responsabilidad para continuar con su labor al frente del Programa de Trasplantes de Hígado en el Hospital Nacional de Niños.

    Explicó que todavía no se ha obtenido el máximo de compromiso por parte de todo el personal de la institución.

    “Cada vez que hay un donante, surgen grupos que bloquean el proceso, porque están cansados o porque viene un fin de semana largo”, criticó la especialista, fiel a su estilo frontal de decir las cosas.

    Vida de retos

    Los desafíos no han sido ajenos a la vida de Matamoros, quien tras una vida entre cafetales, no titubeó en dejar su tierra natal, Naranjo, para forjarse un futuro en la ciudad.

    Cuando hizo los exámenes de admisión a la UCR no estaba muy segura qué deseaba estudiar, y en la boleta de estudios apuntó como primera opción medicina, seguida por economía y agronomía.

    Finalmente, en 1984, fue aceptada en la Facultad de Medicina. En sus dos primeros años de carrera, cursó materias de economía y política -otra de sus grandes pasiones.

    Luego de hacer su servicio social, en Tilarán, en 1991, y obtener el título, regresó a las aulas a especializarse en cirugía. Pero su insatisfacción le decía que sus expectativas no habían sido llenadas.

    Fue entonces, cuando por accidente, o alguna jugada del destino, se topó con un anuncio en el periódico sobre becas a Japón, que al principio no le llamó mucho la atención. “Fui a la embajada a pedir información, nada más, pero me dieron el formulario. Un día que llevé a lavar el carro, me lo encontré en un montón de papeles y me di cuenta que al día siguiente vencía la inscripción”, recordó.

    Un día después de presentar la aplicación, la buena noticia la tomó por sorpresa: había sido aceptada para ingresar a las universidades de Kyoto y Kobe.

    Cambio de visión

    Estar en contacto con la cultura japonesa, en la que nunca sufrió discriminación por su condición de mujer ni de raza, significó un cambio profundo en su mentalidad.

    “Tienen una noción completamente diferente de las cosas. Ellos (los japoneses) funcionan para la colectividad, para beneficio grupal y del país”, destacó.

    Durante 3 años, entre 1996 y 1999, se especializó en trasplante de hígado con donador vivo, bajo la tutela del prestigioso médico Koichi Tanaka, “un hombre especial”, con quien tuvo la oportunidad de trabajar en el Hospital de Kyoto.

    Su estadía en el país asiático y su paso por Alemania, donde se capacitó en trasplante con donante cadavérico, le depararon los conocimientos para montar la primera Unidad de Trasplante de Hígado en el país, con la asesoría del doctor Tanaka.

    Pero esto era solo el inicio de un gran desafío que culminó el 5 de noviembre de 1999, cuando se practicó el primer trasplante de hígado al pequeño de 5 años, Érick Vega, en el Hospital Nacional de Niños.

    “Eso ya lo tengo en el inconsciente. Toda la gente había visto las operaciones en presentación, pero nadie lo había vivido. Tuve que hacer un croquis de los quirófanos, de dónde tenía que ponerse el equipo, el microscopio, el aspirador. Todo estaba en papeles, era como un guión de teatro”. Desde entonces, sus manos le han devuelto la vida a más de 40 menores de edad, una cifra que considera positiva, pero que, aun así, no la llena completamente de satisfacción.

    “Cuando has visto un sistema en el que las cosas se pueden hacer bien, uno se pregunta por qué diablos en nuestro sistema no se pueden hacer bien las cosas. Es un asunto de actitud, de convicción, de amor al país”, comenta Matamoros.


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    María Amalia Matamoros, en el Programa de Trasplantes del Hospital de Niños, ha participado, desde 1999, en más de 45 operaciones.
    Archivo/Grupo Nación

    “Seguiré volando”

    Crecida en el seno de una familia sencilla de Naranjo, María Amalia Matamoros Ramírez se autodefine como una persona ilusa, que posee las virtudes de ser muy honesta y nunca darse por vencida.

    “En la sociedad costarricense, cuando usted le dice a la gente que algo no se hace así, se resiente, lo toman en lo personal y no en lo laboral.

    “Siempre sigo buscando cómo hacer las cosas que la mayoría piensa que no se pueden hacer. Cuando me advierten que debo aterrizar, yo les digo que seguiré volando, porque, una vez que aterrice, sería igual a ellos”, destacó esta mujer soltera, de 38 años.

    Ella es la mayor de cuatro hermanos del matrimonio conformado por Adrián Matamoros, un cafetalero de la zona, y la educadora pensionada y exalcaldesa, María Julia Ramírez.

    Reconoce que ser de campo le imprimió características diferentes, como vocación al trabajo, colaboración, principios, solidaridad y, sobre todo, espíritu de lucha.

    El poco tiempo libre que tiene disponible, lo dedica a hacer ejercicio, a leer novelas latinoamericanas, de la realidad mundial y de su carrera, así como a departir con sus amigos.

    “Me encanta el cine, la política –en buenos términos– y la cocina, pero en mi pensamiento, pues no tengo tiempo”, comentó.

    A Matamoros no le angustia la parte económica. “Mis ambiciones son a nivel profesional, no me interesa tener un yate o un Porche”.

    La doctora lamenta que esa misma mentalidad no la tengan los jóvenes de ahora, “que tienen una obsesión por el consumo y el dinero, y piensan que son alguien cuando tienen plata”, añadió.

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