¿Cómo dice?
De infancias Ana Coralia Fernández
Mañana conmemoramos uno de esos “Día de...”, que parecen resaltar a todos los grupos o razones que, aunque son importantes todo el año, precisamente por no tener un peso fundamental en nuestras acciones y actitudes, necesitan brillar al menos una vez en el almanaque.
“Día del niño y la niña, ellas, ellos”. “Día Mundial de la alfabetización”. Curiosamente, ambas celebraciones se complementan, pues la alfabetización es uno de los derechos innegables de los chicos, y sabemos que más personas con acceso a las letras y a la lectura son el primer peldaño para obtener seres humanos dignos, despiertos y con la posibilidad de ejercer una de sus libertades fundamentales: la de pensamiento.
Sin embargo, ya que nos tomamos la molestia de crear estos calendarios y realizar reflexiones, simposios y seminarios sobre éstos y otros temas, no caigamos en el error de convertir en conceptos genéricos, impersonales, sin rostro, innominados, a los niños, las niñas y sus derechos.
Quizás sus hijos o los míos han crecido en condiciones más o menos normales (la normalidad también es un estereotipo), y, aunque cargan con sus historias, producto de nuestros aciertos y errores, al menos han podido disfrutar de una buena parte de sus derechos.
Pero hay una mayoría silenciosa de caritas en blanco y negro que, en vez de atesorar en sus corazoncitos de hojalata la ingenua alegría de esperar al ratón ante la caída de su primer diente; de imaginar que, al día siguiente de la Nochebuena, los juguetes pedidos y los no pedidos estarán al pie de la cama; de disfrutar de la indescriptible emoción de montar una bicicleta o un columpio o un caballito de palo, deben asumir la enorme responsabilidad de salir a la calle a mendigar pan, dinero o afecto para contribuir en algo a la sórdida economía familiar.
El niño y la niña, ellos, ellas, aquéllos, los nuestros, tienen rostro, nombre y apellido. Son nuestros. No son una estadística.
Son una rosa que se ofrece por las noches, unas melcochillas en la rotonda, una cara de ojos grandes que transita calles y avenidas, un sueño intranquilo en una casa de cartón, mientras el río no tranquiliza porque crece.
No nos refugiemos en las etiquetas. Los derechos solo existen cuando se ejercen y se incorporan a nuestra vida, tan fácil como ponernos una camiseta.
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