Jueves 9 de septiembre, 2004. San José, Costa Rica.


Campeonato Nacional 2004-2005

Premios Grammy Latinos 2004


 

Perspectivas

Necesidad de ángeles

Ovidio Muñoz

Este país necesita una legión de ángeles guardianes. Un ejército. Urge ayuda de lo alto, porque ésta no vendrá, lo sabemos, de los depositarios del poder, sacudidos por una realidad arrolladora.

Un ejemplo: al hablar de los hechos más recientes, la reacción de algunos diputados fue la palabra fácil, impensada.

El jefe de la fracción socialcristiana dijo, como gran cosa, que ni él ni sus compañeros obstaculizarían las investigaciones en torno al líder del partido. Lo afirmó como si hablara de una concesión. Palabras desafortunadas. Eso fueron. Porque ni él ni sus colegas pueden hacerlo. Es probable que algunos se sientan tentados a intentarlo. No lo dudo. Pero convertir en “noticia” una obligación moral revela cómo hay gente incapaz de diferenciar verbos tan distantes como poder y deber.

En la acera de enfrente, el jefe de los verdiblancos dijo, también como gran cosa, que los suyos insistirían para llegar hasta el final...

Mejor absténganse, señores. Si quieren ayudar, háganse a un lado. Ya sabemos cómo terminan los asuntos que se someten a consideración de una Asamblea donde cunden –además de los ratones revelados por las noticias– la incapacidad, la miopía política y la nublazón mental. En este momento, cualquier tema que arribe a Cuesta de Moras, se malogra.

Necesitamos el ejército de ángeles. Ya no para que venga a cuidar la patria –pisoteada, vapuleada, bloqueada, sacudida–, sino para que, bisturí en mano, sus guerreros arranquen la gusanera de la corrupción, el amiguismo, la mediocridad.

Yo no quiero para los más nuevos de mi casa la Costa Rica que hoy aparece en titulares noticiosos. Y puedo asegurarlo: usted tampoco. Para ellos deseo solo lo mejor: un país limpio. Uno donde la vergüenza sea otra vez un valor irrenunciable, donde el pan vuelva a ganarse con sudor.

Necesitamos a los ángeles, insisto, pero, antes de su arribo, los honestos de esta tierra –que siguen siendo mayoría– están (¿puedo decir: estamos?) obligados a hacer algo. “No nos es permitido el silencio”, dijo Jorge Debravo años atrás.

Debemos, primero, confiar en la justicia –en que se haga, quiero decir–, y si su brazo, ojalá no sea así, se queda corto, allí están los molinos de Dios...

Aunque... pensándolo bien: ¡que los culpables paguen aquí, donde la hicieron!

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