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¡Qué dicha!
Éste es un domingo de luto para la razón y el corazón.
Las imágenes de la tragedia de Monteverde se devuelven una y otra vez en el proyector de mi cerebro...
* Un guarda, con la camisa del uniforme chorreando sangre, escapa, tambaleante y temeroso, del horror.
* Un hombre va en camilla, con la nariz y un brazo y el pecho destrozados. La sangre, coagulada, le da un aspecto que estremece las células más internas y lejanas.
* La puerta principal está rota: por el agujero asoma una pierna de un señor muerto. El zapato negro y el pantalón oscuro nadan en su laguna roja.
* A pura "pata renca", un adolescente escapa dificultosamente, pues tiene un balazo en la pierna. Es la carrera por la vida.
* Un policía muy malherido ingresa a la clínica. Su cara, deformada por el dolor, penetra e impregna las pupilas.
* Luego, tras su deceso, su hijo de 18 años enfunda el uniforme de novato de la policía. En la vela demuestra que desea seguir el ejemplo de su padre.
* Una señora, con su sombrerito, tiene la fe inquebrantable de que su hijo vive.
Cuando se descubre que no es así, ella, con aplomo, asegura que sabía que ese hijo tan bueno no iba a durarle mucho.
La imagen de los dos asaltantes muertos nos transporta a vivir en Iraq o en Palestina.
Esta semana, definitivamente, el horror se vino a quedar en Costa Rica.
¡QUÉ DICHA que alguien lo dijo!: "Nadie puede responder de su valor, si nunca se vio en peligro", La Rochefoucauld.
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