Pido la palabra

De la bandera, solo el palo

Aunque extraño los techos llenos de banderas, ese pulso electoral, colorido y muy tico, también comprendo y comparto los "desbanderados" tiempos.

Tenía seis años cuando por primera vez empuñé una bandera en campaña; era blanca, con una "U" roja. La asomaba por la ventana del auto y la batía con entusiasmo, sin mayores argumentos para apoyar a ese candidato, dueño de una sonrisa digna de un anuncio de pasta dental.

A ese niño que fui, con la fiesta le bastaba. Comercial: ¿acaso, ya de grandes, no hemos votado alguna vez por quien mejor nos cae o por el partido familiar?

Pero sigamos con el niño y sus banderas: y lo digo en plural, porque también eran suyas las que asomaban por los demás autos o se erguían en las casas, fueran propias o del bando contrario, ingredientes -ambas- de la fiesta.

El viento se encargaría de arrancarme aquella bandera plástica, y los años harían lo mismo con las demás en cada techo. Las extraño, aunque, por otro lado, me da gusto. Los políticos no podían seguir despilfarrando el dinero que le falta al pueblo, la deuda política dificultaba de alguna forma que terceros partidos surgieran, y no estamos en tiempos de ser convencidos con telas y calcomanías, sino con obras. Después de ellas, la gente, con gusto, llenará a Costa Rica de banderas. De momento, de la que yo agitaba, tan solo me quedó el palo.