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Puntarenas recordará siempre el 13 de setiembre como un día fatal Tras 30 años y 50 muertos, La Angostura no se olvida Los sobrevivientes del autobús accidentado tienen frescas las imágenes de horror Sylvia Alvarado y Christian Campos, corresponsalsalvarado@aldia.co.cr Puntarenas. - Ningún otro accidente ha superado el de La Angostura, donde las almas de 16 niños y 34 adultos subieron, en forma de burbujas, desde el fondo del estero hasta el cielo. El 13 de setiembre, en una mañana húmeda, pero de fuerte sol y marejadas, el dolor de todo el país reventó de golpe... como lo hizo la llanta delantera derecha del bus "Don Raúl", conducido por Antonio Nacarado, cuyo bus había visitado la muerte 10 años antes, en la Tragedia de Choluteca, Honduras, que cobró la vida de 36 excursionistas ticos. Pero de nuevo, la muerte volvió a colarse en este bus, justo en el trecho más angosto entre el estero y el mar, a la entrada de Puntarenas. A las 9:50 a.m., durante el primer servicio, entre Puntarenas centro y el INVU de El Roble, el bus cayó al estero y empezó a hundirse, muy lentamente, por la parte trasera. Después, fue tragado de golpe hasta el fondo. Lograron sobrevivir 17 de los casi 70 pasajeros, quienes fueron ayudados, según la historia, por el joven deportista de 15 años, Antonio Obando Chang, y el pescador Arturo "Petróleo" Mendoza. Los otros 50 chapalearon, trataron de asirse a cualquier cosa, a cualquier gente... pero murieron ahogados; algunos abrazados a sus hijos. Y es que a hoy, familiares de los fallecidos todavía siguen añorando que, al menos, haya una cruz en el sitio de la tragedia. El presidente Daniel Oduber decretó tres días de duelo nacional que han durado tres décadas.
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"No sabía nadar" Desde el 13 de setiembre, en que tomó un bus para ir a una cita con el dentista, hasta hoy, Noemy Delgado (en la foto de arriba) toma pastillas para dormir. "Todavía escucho el estallido de la llanta y recuerdo al bus que empezó a renquear. Le pedía a Dios fuerzas para volver a ver a mis hijos. Yo salí por una ventana, pero me daba miedo echarme al agua, porque no sabía nadar. 'Petróleo' me ayudó a salir y me salvó".
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"¡Estaba viva!" Doña Delfina Araya se dirigía hacia el Hotel Colonial, donde trabajaba de camarera. Iba de pie en el bus hasta que María, una muchacha a la que ella le cortaba el cabello, alzó a su hijita para darle campo. Ambas murieron. La familia de doña Delfina no sabía que Arturo "Petróleo" la había salvado. La buscaban, sin éxito, por todo lado. "En el hospital me dejaron levantar las 50 sábanas para ver si la reconocía", recordó su hija Juanita. Más tarde, cuando aguardaban que la marea de las 6 p.m. trajera su cuerpo a la orilla, una ambulancia la encontró en una esquina del hospital. |
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"Son las fotos de mi vida" En la retina de Arnoldo Bolaños aún vibran las 180 imágenes, en blanco y negro, que para siempre capturó su Nikkormat, el día en que cubrió "el mayor suceso" de su vida. Aquel hombre que trabajaba en la municipalidad tapando tubos en la calle, que aprendió el oficio de fotógrafo por correspondencia, y por su primera cámara pagó ¢10 (valía ¢12, pero quedó debiendo ¢2), salió corriendo hacia La Angostura cuando escuchó, en una radio local, que había ca´ído un autobús cargado de gente. "Empecé a tomar fotos. Estaba como endiablado, en otro mundo, en el mío, el de la fotografía. Ni veía si eran conocidos o no, solo disparaba, pa, pa, pa... Gasté cuatro rollos". Antes de partir al Excelsior con los rollos y la adrenalina al máximo, pasó al hospital. "En el suelo estaban apilados el montón de cadáveres. Antes se respetaba al muerto, así que no tomé ni una foto", recuerda. Cada setiembre, en la ventana de su estudio, Bolaños, a quien nadie convence de las bondades de la tecnología digital y defiende "la vieja manera de hacer fotos", monta las que lo inmortalizaron. "La tumba de Fray Casiano y la tragedia de la Angostura viven en el corazón de los porteños. Son cosas sagradas. Recuerdo cómo gritaban: 'Ahí va otro muerto, parece que éste viene vivo, ahí va otro muerto'. Para mí, eso es tan doloroso, que nunca le he vendido una foto a nadie, mucho menos a quienes perdieron familiares ahí". La portada y páginas centrales de varias ediciones, prueba de su coronación como corresponsal en el Excelsior, están hoy rasgadas y amarillentas, pero los cadáveres y el llanto de su pueblo, tras la fila de decenas de ataúdes, siguen tan vivos como esa mañana que lo persiguió por muchas, muchas noches.
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"Ser ciego me salvó" Por estos días, Juan Sáenz cumple ya 50 años de vivir en la oscuridad. Aún se mantiene de la caridad pública, como ese sábado en que iba a Puntarenas "a pedir" junto a Juancito, su lazarillo, quien, paradójicamente, murió. Con una mano, don Juan tocaba la dulzaina y, con la otra, las maracas, cuando "el chunche empezó a brincar y cayó al agua. '¡Ay, nos morimos!' gritaban todos. Me agarré de la varilla de la puerta y, con el agua, me fui para arriba, hasta que mi cabeza tocó el techo. Buscaba, con mis pies, mi bordón de tamarindo y al güila... Me ayudó la calma. Si hubiera visto aquello, me ahogo. Sentí una voz que me dijo: 'Nade, usted sabe nadar'. Seguro ya estaban muertos, porque nadé hasta adelante y 'Petróleo' me sacó. Después de Dios, le debo la vida a él". A don Juan le ayudaron a mejorar la casita donde vive con su esposa y un hijo enfermos. Ahí rasgó una guitarra para cantar a la tragedia. Y confesó que ansía hacerlo con un acordeón "que me regalen, aunque sea viejito".
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La muerte era su pasajera Murió en una cama del hospital de Heredia, aunque siempre pensó que debió hacerlo en Choluteca o en La Angostura, donde los accidentes de los buses que manejaba, cobraron 84 vidas. Antonio Nacarado falleció, tras una complicación de su diabetes, el 19 de setiembre del 2003, 28 años y seis días después de la tragedia en el Puerto. Esa mañana, cuando Arturo "Petróleo" lo sacó a la calle, tras soltarlo de la manivela, solo atinó a hincarse y preguntarle a Dios: "¿Por qué a mí, por qué otra vez?", recordó, el viernes, su hija Lupita, quien cree que su diabetes fue consecuencia del dolor, la persecución que sufrió y la depresión tan grande, tras los accidentes. "Donde sea que esté hoy, sé que sigue adorando Puntarenas y a su gente, que nunca lo trató mal. Le tocaba morir en setiembre", dice la hija del chofer que manejó el bus "Don Raúl" desde Estados Unidos hasta el Puerto, donde hizo la última carrera de su vida.
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Toñito, el hijo, el héroe... Un día antes de la tragedia, como teniente de los bomberos, Antonio Obando les enseñó a sus muchachos cómo aplicar la respiración boca a boca. Ese sábado, cuando escuchó la sirena, se montó en la primera unidad con destino a La Angostura. Así recuerda esos aciagos momentos: "Al llegar, decidí colocar una fila de compañeros para que nos ayudaran a sacar a los vivos y a los muertos. Yo era el cuarto de la fila. Recuerdo que me gritaron: 'Don Antonio, ahí va un muchacho del colegio, páselo rápido'. "En esa desesperación y creyendo que podía estar aún con vida, cuando lo tuve en mis manos, simplemente lo pasé, y luego seguí recibiendo y pasando al que seguía". Minutos más tarde, don Antonio recibió la que hasta hoy ha sido la peor noticia. Aquel muchacho que le habían pedido pasar rápido era su hijo Toñito. Treinta años después, don Antonio vuelve a llorar, pues reconoce que preferiría tener vivo a su hijo, y no que lo llamen "héroe". Pero Puntarenas seguirá honrando al estudiante de noveno año del Liceo José Martí, portero, basquetbolista y karateca, quien salvó a tres niños y, cuando bajó al rescate del cuarto, dejó su vida en el fondo del estero. |
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