Pido la palabra

Cuando te va muy bien

¡No se ooyen! ¡No se ooyen!

Pérez había marcado un tanto y la mofa para los cartagos no se hizo esperar. Ni para qué. Vino la riposta con dos relampagueantes jugadas que terminaron con ensordecedores gritos de gol.

Y el “no se ooyen” ya no tuvo sentido. Porque, al parecer, este equipo del Cartaginés está aprendiendo a no amilanarse. Está aprendiendo a que, cuando te hacen uno, se tiene que hacer dos.

Pero uno es el que paga los platos rotos. Cuando me di cuenta, mi camisa estaba empapada de cerveza. Algún furibundo “guerrero del sur” sintió que alguien debía pagar por su frustración. Y me saqué la rifa.

Tenía años de no ir al estadio. Una afortunada invitación me sacó de mi retiro.

Ya casi había olvidado que los goles hay que captarlos al instante, porque nadie te los va a repetir. Si te parece que hubo penal, ¿quién te saca de la duda? Si la bola entró o no entró, te lo tendrán que aclarar después los que estuvieron frente a la tele.

Aquí tenés que cuidarte con lo que decís, porque el vecino puede estar pensando todo lo contrario. Y te lo hará saber sumamente molesto. Pero, también, qué gran deleite es compartir con propios y extraños las alternativas de una disputa bravía. De gambetas, boleas y atajadas.

Y al tiempo que el aire fresco refresca tus pulmones y el sol calienta tu piel, un gol de tu equipo te hará gritar con el convencimiento de que sí se está oyendo. Aunque –cuando te va bien– te bañen con una malhumorada cerveza.