De destructor de árboles, a un gran escultor

Bajo la sombra de un árbol de almendro encontramos a Miguel Ángel Alfaro, en los patios del aserradero El Llanero, ubicado a orillas de la carretera en Pueblo Viejo de Nicoya.

Él es conocido como “Bejuco”. Lo ubicamos cuando estaba en la tarea de sacarle una hermosa figura a una gran “troza” de Guanacaste.

Miguel reconoce que hasta hace cinco años “no tenía donde caer muerto”. Huérfano, sin estudios profesionales, su vida transcurría con más pena que gloria.

Acostumbrado desde niño al trabajo, “fui policía, taxista, coligallero, peón en las bananeras y chapulinero, hasta que gracias a Dios, toda mi vida cambió”, dice Miguel.

Asegura que lo principal es trabajar con amor, sin prisa, “para el escultor el tiempo no cuenta, no se puede correr. Me fue bien. Yo era un depredador de árboles, un atorrante, pero con la escultura todo cambió”.