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Desde hoy y hasta el 31 se les rinde homenaje en todo el país Juguetones de la historia Desde hace más de 180 años, las mascaradas curan con alegría los dolores de los pueblos Juan Pablo Carranza Smithjpcarranza@aldia.co.cr Basta con escuchar el “farafarachín” de la cimarrona para que ese chiquillo que todos llevamos dentro quiera salir corriendo a “chirotear” con la Giganta y compañía. Todos están invitados. Desde hoy y hasta el 31 de octubre las mascaradas, payasos o mantudos, serán los protagonistas de una celebración que, desde hace más de 180 años, nos hacen olvidar, con raticos de vacilón, las congojas propias de un país en el que hay montones de pobreza, violencia y corrupción. Las escenas de la madre que acerca su hijo a la “Minifalda” para que le pierda el miedo, la del abuelo que se pone a bailar entre los enanos – olvidándose de la artritis– y los muchachos que provocan al pisuicas para que los carreree, han perdurado durante casi dos siglos. Aunque la globalización ha traído a Tiquicia payasos del Hombre Araña y otros más, los personajes clásicos siguen vivos y se respeta una creencia: que los turnos carnavales y fiestas patronales, no se ponen buenos hasta que las mascaradas salen a bailar. Todo empezó en Cartago Además del agua bendita, la basílica y la fiesta del 2 de agosto, la Virgen de los Ángeles es la responsable de que existan en Costa Rica los mantudos, como se les llamaba inicialmente a estos representantes del folclor. Según los historiadores Rodrigo Muñoz y Franco Fernández, por allá de 1824 al cartaginés Rafael “Lito” Valerín se le ocurrió crear las mascaradas para celebrar las fiestas de “La Negrita”. Sin embargo, señala Fernández, antes de los payasos existían los parlampanes. Estas figuras “eran vecinos de condición humilde que vestían ridículos disfraces (especialmente máscaras representativas de animales), quienes bailaban y correteaban entre el público antes de dar inicio a la corrida, una fiesta taurina de la época colonial, en Cartago”. En 1918, Jesús Valerín (hijo de don “Lito”) siguió la tradición de las mascaradas y se dedicó profesionalmente a confeccionarlas. El antropólogo del Ministerio de Cultura, Fernando González, comenta que Jesús utilizaba arcilla traída del Tejar del Guarco, y yeso, papel y alambre. El “vacilón” fue llevado a San José en 1930, cuando Valerín hijo, en su vejez, les vendió los moldes de los mantudos a los hermanos Pedro y Manuel Freen, quienes, según dijo González, presentaron los personajes por primera vez en las fiestas de Zapote. Aquello fue un éxito rotundo. En aquellas épocas, los “payasos” más populares eran los gigantes, la mamá del diablo, el diplomático, el fotógrafo, el policía, la muerte, el tigre, la mujer, el toro guaco, los enanos y la bruja. La Fundación Cívica Costa Rica y su Historia guarda un texto sin fecha sobre esta tradición, escrito por el filósofo Alexis Ramírez, que dice: “en nuestra tierra, hablar de los mantudos, es remontarse a un pasado que suscita la nostalgia provinciana, es volver a un poblado marginado, pero generador de tradiciones nacionales”. |
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