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Jesús desea derramar su “fuego amoroso” entre nosotros Jesús quiere la paz Mario Montes Moraga, presbíteroredaccion@aldia.co.cr Hoy en el Evangelio escuchamos algunas frases de Jesús, que necesitan ser explicadas. La expresión “he venido a traer fuego a la tierra”, no se refiere al fuego real, sino del fuego que es el amor ardiente del Señor, a una actitud decidida por su Reino, a la entrega apasionada de Cristo por nosotros. Es el fuego del Espíritu que da a los suyos. En Pentecostés bajó como fuego sobre los discípulos y con ese “fuego” ellos salieron a anunciar la Buena Nueva (Hechos 2,1-4). “Tengo que recibir un bautismo”. No se refiere, evidentemente, al bautismo de Juan, que Él ya había recibido en el Jordán, sino la culminación de su misión en la cruz. “Bautizar” significa “sumergir” en algo que empapa y cambia. Jesús había dicho a sus discípulos: “¿Podrán beber el cáliz que yo voy a beber o ser bautizados en el bautismo, con que yo voy a ser bautizado” (Marcos 10,38). “Tengo que recibir un bautismo y ¡cómo me angustio mientras llega!”. Se está refiriendo a su pasión y muerte en la cruz. Tal vez es más inquietante la frase que sigue: “¿Piensan acaso que he venido a traer la paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino división”. Entonces, ¿no fue profetizado Él como Príncipe de la paz? (Isaías 9,5). ¿No cantaron los ángeles en su nacimiento: “Y en la tierra paz a los hombres que Dios ama”? (Lucas 2,14) ¿No dijo Jesús en su última cena: “Mi paz les dejo, mi paz les doy”? (Juan 14,27). Claro que Jesús quiere la paz. Ha venido a reconciliar al ser humano con Dios, a los hombres y mujeres entre sí, a cada ser humano consigo mismo. Llama bienaventurados a aquellos que trabajan por la paz (Mateo 5,9). Pero se ve que hay dos clases de paz, y que Él no quiere una paz perezosa e inactiva, una paz hecha de compromisos, una paz de los que se instalan en una vida cómoda y no se deciden a seguir un camino exigente. Para él, la fe está hecha de opciones arriesgadas. Por eso, desde niño, Jesús es anunciado por Simeón como signo de contradicción (Lucas 2,34). Es que no se puede ser neutral ante lo que Él nos propone, ante la verdad o la mentira, ante el bien o el mal. Hoy Cristo como señal de contradicción, produce división en aquellos que se lo toman muy en serio, entre los que lo rechazan y los que lo siguen (con la imagen de la familia que está en contra). Es decir, estamos o no estamos con Cristo. |
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