Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo
La Santísima Trinidad Mario Montes Moraga
Presbítero
Celebramos en este día, la solemnidad de la Santísima Trinidad, el misterio de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los cristianos creemos que existe un solo Dios. Pero en su intimidad, no es una persona, sino tres: el Padre Creador, el Hijo Redentor y el Espíritu Santo Consolador.
Es decir, que Dios no es un ser solitario encerrado en el cielo, sino una familia de personas, que forman un todo, en el cual el amor, la vida y la plenitud son infinitos. La Iglesia confiesa, que el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, es el misterio de Dios en sí mismo, es la fuente de todos los otros misterios de la fe, es la luz que los ilumina.
Juan nos presenta la quinta promesa del Espíritu Santo, como Defensor y como Maestro, el “Espíritu de la verdad” (Juan 16,12-15). La verdad es la palabra de Jesús, sus enseñanzas y el Espíritu tiene como finalidad llevarnos a la verdad completa, ayudarnos a comprender todo lo dicho y enseñado por Jesús, haciendo que su palabra sea una realidad viva, eficaz, capaz de iluminar la vida, con sus situaciones, así como la misión de la Iglesia en el mundo.
Es decir, hoy se presenta la función didáctica del Espíritu, que no nos propone una nueva revelación, sino que conduce a una total comprensión de la persona y del mensaje del Señor Resucitado. El Espíritu nos guía hacia la “Verdad” de Jesús, es decir, hacia su revelación, de tal forma que la podamos conocer en plenitud.
Esa función del Espíritu con relación a Jesús y a su palabra, define la profunda relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu: la revelación es una, porque tiene su origen en el Padre; es realizada por el Hijo y se perfecciona en la Iglesia con la interpretación del Espíritu. Por eso, Jesús dice que “el Espíritu no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído… todo lo que les dé a conocer, lo recibirá de mí”. Jesús siempre será el Revelador del Padre; el Espíritu de la verdad, en cambio, hace posible que la revelación de Cristo penetre con profundidad en el corazón de los creyentes.
La fiesta de hoy nos invita, pues, a descubrir el rostro del Padre, bueno y misericordioso, a Jesucristo, su hijo nuestro Señor que lo ha revelado plenamente: Padre cercano, Dios misericordioso y al Espíritu Santo, consolador, compañero y guía de la Iglesia, su presencia que celebrábamos el domingo pasado en Pentecostés.
Este misterio de fe, que no podemos entender por la sola razón, podemos darnos cuenta de su realidad entre nosotros: en la creación, signo de su amor; en el ser humano, hecho a su imagen y semejanza; en el amor mutuo de los hermanos, que refleja en el mundo la solidaridad y la comunión que existe entre las divinas personas. Vivamos, pues, como ellas viven en el cielo y se manifiestan a nosotros.
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Este es el misterio más grande de la fe cristiana católica.
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