Pido la palabra

Cómplices

Subieron la cuesta despacio, sin ninguna prisa. Era temprano y así, con calma, llegarían bien y seguros.

Yo vi la escena en silencio, como una foto en movimiento.

Él llevaba una lonchera de Winnie Pooh. Imaginé el fresquito y las galletas bamboleándose adentro, con la certeza de que serían devoradas sin remedio en el recreo grande.

Venía de la mano de su mamá, con esa seguridad que da tal eslabón en la larga cadena de la vida.

Ella cargaba el salveque con algunos cuadernos y algo le conversaba... ¿un cuento?, ¿un deseo?, ¿un consejo?

Los zapaticos embetunados y brillantes.

El copete bien hecho y emplastigelado.

Los quiebres de la blusa podían cortar el aire.

Los ojos del niño eran inmensos y se veían más grandes a través de la lupa de sus lentes.

Cuando llegaron a las puerta de la Centeno Güell, al sonido del timbre, se alborotó el panal como en cualquier escuela.

Pero aquellas abejas fabrican una miel especialísima: la del amor y la constancia, la de la disciplina y el esfuerzo, la del “yo puedo y quiero”, la de “solo necesito la oportunidad”.

Hay miles de obreras laborando el comienzo de una historia sin que importe el fin.

El sol cruzó la calle para verlos junto a mí y fuimos cómplices. Yo le susurré al oído: “Gracias por este nuevo día”.