Testigo de cambio

“Enguatusados”

Seguimos “enguatusados” –que no es lo mismo que engatusados– en el Guatuso de 1962.

En lugar de los primitivos palenques, en Margarita y Tonjibe, las familias vivían en casas, aunque sin terminar por cierto, o sea que el INVU las había dejado a medio palo, como en cualquier otro pueblo “del blanco”.

Abundaba la tuberculosis y, tal como lo describe Amando Céspedes en su libro de 1923, andaban casi todos a una llamita, como el Corazón de Jesús, porque bebían una chicha horrible hecha a base de yuca y plátanos maduros.

Pero ¿cómo no atenuar una pena que venía de lejos? Porque estos aborígenes siempre fueron maltratados. Primero, por los huleros y, luego, por los blancos, pues eran explotados. Don Amando nos habla de que eran lo que ahora llaman machistas, es decir, que, incluso, apaleaban a sus mujeres.

Su tierra había sido declarada reserva para los malekus, pero los blancos se aprovechaban y, por un ínfimo precio o por un poco de guaro, les quitaban las parcelas.

Para tener algo de dinero, los indígenas llevaban en la espalda y durante muchas horas, racimos de pejibayes para vender en Cañas, pues existía ya un camino de “herradura”, es decir, rudimentario, para llegar a Tilarán y Cañas, por la ruta del lago Cóte.

Bueno, pero ¿y hoy? La cosa ha cambiado una barbaridad. Casi nadie se dedica a la agricultura y cuentan con luz eléctrica y cañería.

San Rafael de Guatuso, la cabecera cantonal, tiene todos los servicios públicos y una carretera que une a este pueblo, asentado a la vera del río Frío, con el resto del país.