Llegan a las costas de la Patagonia argentina por miles
El desembarco de los pingüinos
Parejas se reproducirán para luego emprender el recorrido hacia aguas brasileñas Pastor Virviescas Gómez Especial para Al Día
La Patagonia - Dotados con la mejor brújula, uno por uno hasta completar 350.000, van llegando hasta las costas de Punta Tombo los pingüinos de Magallanes que marcan el inicio de la primavera.
A Punta Tombo
Son tantos los pingüinos que llegan allí que desde el primer día del desembarco, el lugar se convierte en una gran mancha blanca y negra.
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Estos animales se han convertido en uno de los atractivos turísticos de la provincia de Chubut, 1.567 kilómetros al sur de Buenos Aires, a donde cada temporada llegan más de 80.000 turistas ya que es la atracción de vida silvestre más conocida de toda la Patagonia argentina.
Después de recorrer 112 kilómetros desde la ciudad de Trelew –los últimos 30 sin pavimentar–, el viento marino indica que se ha arribado a la reserva de Punta Tombo, donde a 800 metros de la entrada, los pingüinos se asoman inquietos y extenuados.
No es para menos. Los “ Spheniscus magellanicus” acaban de completar una travesía en zigzag hasta de 6.000 kilómetros por el océano Atlántico, que iniciaron desde abril en las costas de Río de Janeiro (Brasil) o en las Islas Malvinas (Argentina), y han llegado no solo a la misma playa en esta península de roca volcánica, sino que tan pronto pisan tierra se dirigen al mismo lugar donde el año anterior hicieron su nido.
En este inmenso hogar, reconocen el agujero escarbado entre arena, tierra y diminutas piedras, descansan no más de una hora y luego esperan la llegada de su pareja. Los pingüinos de Magallanes son monógamos, entonces se inquietan si no aparece con rapidez la pingüina con la que se han citado para reproducirse.
Con el paso del tiempo la mayoría queda satisfecha al atisbar a su pareja, pero no falta el animal que después de muchos llamados estridentes, descubre que su compañera desapareció en el camino, víctima del cansancio o de un lobo marino que la engulló.
El cortejo abarca bailar en círculo, batir las aletas y luego viene la cópula, en la que el macho se convierte en un equilibrista que se encarama sobre la hembra, pisa sus patas y hace vibrar su pico sobre el de su compañera.
“Los vocalistas se estiran y gritan con todo el corazón, es una armonía discordante, una estupenda cacofonía de melancólicas trompetas”, dice el conservacionista William Conway, quien recorrió la inmensa estepa.
Los coqueteos duran hasta comienzos de octubre, cuando la hembra pone uno o dos huevos y tras 40 días de incubación compartida con el macho, nacen los pichones cubiertos de plumón gris oscuro.
La pareja defenderá el nido y alimentará a sus críos con anchoas y calamares. En febrero mudarán a plumaje juvenil, dirán adiós a sus padres y realizarán sus primeras incursiones en el mar en busca de alimento.
Estas aves, consideradas expertas nadadoras y escaladoras, no miden más de 45 centímetros y llegan a pesar 5 kilogramos. Su cómico andar y la impresión de su permanente traje de etiqueta, causan simpatía y despiertan curiosidad, ya que se asemejan al de aquellas personas que caminan con tragos de más.
Este año la vigilia de los pingüinos ha sido seguida durante 72 horas continuas de transmisión a través de un canal local de televisión y del sitio web www.chubut.gov.ar/pingüinos.
Este sistema de posicionamiento global les permite encontrar con precisión un nido en una extensión de 210 hectáreas hoy bajo el cuidado de las autoridades ambientales argentinas, que han convertido este territorio en un laboratorio de investigación, en convenio con la Sociedad Zoológica de Nueva York, EE. UU.
En esta colonia reina la vanidad y el cuidado de la figura. Gran parte del día los pingüinos lo invierten en tareas cosméticas, frotándose con el pico para mantener la estructura de sus plumas.
El próximo año este espectáculo será el mismo o mejor, siempre y cuando no haya un derrame de petróleo, no arrecie la pesca comercial que los obligar ir a buscar alimento hasta a 500 kilómetros de sus madrigueras o que el clima acabe de enloquecerse.
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