Domingo XXIX del Tiempo Ordinario
Oren siempre, sin perder el ánimo
Oración y fe son esenciales a la fe cristiana, que tiene sus bases en la religión hebrea. Lo que caracteriza a lo judíos, más que a ninguna otra experiencia religiosa, es la intimidad con la palabra de Dios.
Si bien es cierto su culto supuso sacrificios de animales, estos eran esporádicos, realizados en un único templo, mientras lo constante ha sido, hasta hoy, las múltiples experiencias de fe vinculadas con la palabra de Dios y con la plegaria, cada sábado, en las innumerables sinagogas, que más que lugares de culto son sitios de oración y de estudio de la palabra revelada.
Debemos orar sin desanimarnos, nos dice hoy Jesús, seguros de que el Padre está siempre dispuesto a escucharnos. Él es grande y glorioso, pero sobre todo es amor, amor que se expresa amando, amor que se materializa en el socorrer de los que le necesiten. Dios está siempre pendiente de nosotros. Debemos recurrir a Él en toda ocasión.
El Señor nos pide orar siempre y hoy nos pone como ejemplo a una viuda. Jesús nos habla con frecuencia de las viudas. Eran personas empobrecidas que no heredaban los bienes de sus maridos muertos.
En este caso, la pobre viuda, que no podía, aunque quisiera, pagar “comisiones ni sobornos” a este juez, que sabemos era injusto, hace lo que puede: reclama justicia a cada instante y lo hace en el tribunal, a vista y paciencia de los transeúntes (los tribunales estaban a las puertas de las ciudades).
El injusto juez accede, no porque fuera correcto, sino para que se le dejara en paz.
Jesús apela de esta manera a la comprensión del auditorio.
Si el juez ayuda a aquella mujer por su propio beneficio, Dios, por el contario, porque nos ama, ayudará al que acuda a Él, y lo hará en el momento en que Él lo determine. Lo hará, y este elemento es importante, “cuando lo crea oportuno”.
Pero nuestra oración debe estar inflamada en una rotunda actitud de fe. No nos desconcierte la expresión de Jesús: “cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”. Veamos que pasa hoy. En nuestros días Dios pasó al segundo plano.
Hoy la religión es más un adorno esporádico que una actitud constante.
La fe, una fe eficaz, sincera y provechosa, que se exprese en plenitud en una buena relación con Dios y con el prójimo, es hoy un asunto fortuito. Me pregunto si usted, que lee estas letras, irá a participar hoy domingo, día del Señor, de la plegaria por excelencia, la Eucaristía.
Si es así, qué bien. Si no, algo anda mal. Dios nos ama y acoge siempre nuestra plegaria, pero urge de nuestra adhesión absoluta a Él por medio de nuestro señor Jesucristo.
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Jesús dice que cuando oramos, nuestro padre nos escucha.
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