Alexander Aguilar
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Selva Amazonía, Perú. - En el artesanal puerto fluvial de Bellavista Nanay en Iquitos, Perú, comienza un viaje único, que embruja, envuelve, cautiva.
El amanecer apenas regalaba sus primeros rayos de sol y nos preparábamos para una travesía por el imponente río Amazonas y su selva de mantos verdes inolvidables.
La primera parte del periplo, en una embarcación tipo canoa, fue por el río Nanay. Ahí, nos encontramos de frente con el caudaloso Amazonas, color café con leche, que, como se puede ver en la fotografía principal, contrasta con las mansas aguas del Nanay.
Junto a nuestro guía, Daniel Cárdenas, fuimos en busca de los “bufeos colorados”, de la familia de los delfines, que habitan las aguas de esta selva ubicada en el oriente de Perú.
Con nuestros silbidos cortos, salieron a la superficie porque a estos animales no les agradan los ruidos agudos, pero, cuando se enojan, se dejan ver.
Cárdenas cuenta que los senos y la vagina de los “bufeos colorados” hembra son muy parecidos a los de la mujer, por ser mamíferos. “Se dice que algunos habitantes de la región tienen relaciones sexuales con estos animales, y por muchísimos años han asegurado que el placer que experimentan es muy grande”, relató el guía, de 27 años.
De prisa, dejamos atrás los “bufeos” para adentrarnos en esta selva peruana tupida de secretos, necesidades y magia, que se extiende a lo largo de unos 72 millones de hectáreas.
Corriente arriba, ahora por el oscuro río Momón –un afluente manso del Amazonas–- nos encontramos con canales llenos de tranquilidad, donde solo se escuchaban el motor del bote y los tenues susurros de la selva.
Mientras observábamos la bella naturaleza, nos informamos de un famoso habitante de la región: la serpiente anaconda, la más grande del mundo porque puede llegar a medir hasta diez metros de largo y pesar unos 250 kilos.
Estos bellos exponentes de la familia de las boas son exclusivos de América del Sur y su hábitat está, sobre todo, en las orillas de los ríos Amazonas y Orinoco. Es una especie constrictora porque oprime a sus presas hasta asfixiarlas; una razón de peso para sentir escalofríos, cuando me atreví a colocar este helado reptil alrededor de mi cuello. Una sensación que se debe vivir en la Amazonia dejando de lado, por supuesto, el temor inevitable.
Luego de esta aventura con las anacondas, nos dirigimos al territorio de los boras, una de las tribus más conocidas de esta zona.
Sumergidos a fondo en esta hermosa selva –donde también habitan los jíbaros, yahuas y witotos–- respiramos un aire húmedo que nos hizo sudar mucho. Los mosquitos no dejaban de picarnos, mientras, al fondo, se veía el palenque bora. Salió a recibirnos Rafael Flores, el jefe de la tribu, quien nos presentó al resto de su familia, que incluía adultos y muchos niños.
Se sentía la historia...
“Rompecanoas”
Amazonas significa “rompecanoas”. El nombre de este imponente río se compone de dos palabras indígenas: ama (romper) y zona (canoa).
El Amazonas es el río más caudaloso, más ancho, más largo y más profundo del planeta. Tiene una longitud de 6.762 kilómetros y descarga al mar cerca del 15,47 por ciento de las aguas dulces de la Tierra.
La cuenca amazónica es compartida por siete países (Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú y Venezuela), de los cuales solo tres tienen acceso directo al río Amazonas (Perú, Colombia y Brasil).
Las pirañas habitan principalmente el Amazonas, pero también otros ríos de Suramérica, como el Orinoco. Solo atacan cuando ven rastros de sangre en humanos o animales.
De frente con los boras
Una de las experiencias más gratas del viaje por la Amazonía peruana fue encontrarnos con la tribu de los boras, la más conocida de la región.
Fuimos recibidos por el jefe, Rafael Flores, quien nos llevó al maloka (gran palenque) para darnos la bienvenida.
Este grupo indígena se originó 100 años atrás y, actualmente, 450 viven en esta zona, nos explicó Flores.
Ya en el palenque, cantaron y danzaron para agradecernos la visita. Luego, nos invitaron a comprar las manualidades que elaboran para sobrevivir.
Los boras ya no tienen grandes tierras para sembrar, y su principal ingreso proviene del turismo; tampoco quedan muchos animales en la selva para alimentarse de ellos.
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