Domingo 6 de abril de 2008, San José, Costa Rica
Nacionales | Luis Eladio Pérez Exsenador
“Lo que más golpea es la humillación”
  • AlDia.co.cr
    Pérez fue secuestrado en el 2001. En una ocasión intentó escapar con Ingrid Betancourt, pero no resistió. Ronny Rojas.

Ronny Rojas
Enviado de Al Día a Bogotá
ronnyrojas@aldia.co.cr

El exsenador colombiano Luis Eladio Pérez fue secuestrado el 10 de junio del 2001, cuando intentaba recuperar una camioneta que le robaron las FARC en una carretera en la localidad de Nariño.

Al llegar a una solitaria vereda, los guerrilleros le preguntaron: ¿Usted es el senador? Respondió que sí y le dijeron que primero debía hablar con los comandantes y caminarían un rato…

Pasaron siete años antes de que pudiera volver a ver a su familia, el pasado mes de febrero.

Tras la liberación, se convirtió en el vocero de los secuestrados de las FARC y sus propuestas para negociar y propiciar un intercambio humanitario fueron aceptadas por el presidente de Colombia, Álvaro Uribe.

Pérez pasó los dos primeros años de cautiverio solo. Después, lo llevaron al campamento donde estaba la excandidata a la Presidencia, Ingrid Betancourt, con quien desarrolló una gran amistad.

El jueves anterior, Luis Eladio habló con Al Día, sentado en un cómodo sillón, en la sala de su apartamento, en la exclusiva zona de Rosales, al norte de Bogotá.

¿Se arrepiente de haber ido a recuperar esa camioneta?

Siete años perdidos. Todo este sufrimiento, pero lo soporto. Lo que más me dolió fue ver el sufrimiento de mi familia y todas las circunstancias tan adversas que tuvieron que pasar. Eso me hace pensar en la estupidez que cometí. De no haber sido así, hoy tendríamos otro tipo de vida, pero Dios me dio una segunda oportunidad.

En todos esos años en la selva, ¿qué aprendió?

Muchas cosas: la tolerancia, la humildad, a comprender que Colombia son dos sociedades en una: una citadina, que vive con el confort y el lujo, y otra que requiere decisiones de la clase gobernante de este país. Yo fui senador muchos años y hago un mea culpa por no haber asumido posiciones mucho más determinantes para solucionar los problemas sociales, que son el abono para la violencia en este país, mediante la guerrilla, el paramilitarismo y la delincuencia común.

¿Le ha costado adaptarse a la vida urbana?

No duermo muy bien, me falta el apetito y me molesta el ruido. Pero he tenido un proceso muy rápido de adaptación.

¿Ha tenido que reaprender algo a su regreso?

Huy sí. El impacto más grande para mí ha sido la tecnología; ver estos celulares, discos compactos, cámaras digitales, MP3. Ese proceso ha sido muy complicado.

¿Como pasaban un día en la selva?

En las primeras horas de la mañana, escuchábamos radio, pero se perdía la señal como a las ocho de la mañana. Desayunábamos y después venía el aseo personal. Nos dedicábamos a la lectura o a hacer artes manuales. Como a las 11 de la mañana hacíamos ejercicio. Después del almuerzo, venía el baño, en algún caño o río, porque los campamentos siempre se asientan a orillas de los ríos o los caños. Después, hacíamos la siesta y, por la tarde, regresábamos a la misma rutina, o de lectura o actividades manuales, a esperar que dieran las cuatro y media para que sirvieran la cena. Y a las seis, nuevamente, nos colocaban las cadenas para pasar la noche.

¿Qué es lo que más golpea a un secuestrado?

La humillación a la que someten al secuestrado. Uno resiste las cadenas, estar descalzo, tener hambre, pero a uno lo que más le lacera el espíritu y el alma, es la humillación. Por eso, admiro a Ingrid, porque es una de las personas que superan con una inmensa capacidad lo que se vive todos los días.

¿Cuál fue la sensación cuando fracasaron sus intentos de escapar?

De una inmensa tristeza, sobre todo, cuando me fugué con Ingrid y duramos seis días fuera del campamento. Si yo hubiese resistido físicamente, hubiésemos podido lograr la libertad.

¿Usted se siente culpable de que Ingrid aún esté allá?

Sin duda y, sobre todo, en las circunstancias en que quedó porque a partir de ese momento, la guerrilla se ensañó con ella y contra mí, pero yo salí y ella se quedó. Esa es mi lucha, por que ella salga.

Mientras ustedes estaban metidos en esa selva, una familia de Costa Rica guardaba $480.000 de las FARC.

Me sorprende que sea en Costa Rica, un país hermano, tan generoso con los colombianos. Más que ofender, me impresiona, pero hay que entender que estas son acciones de guerra.

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