Amado Hidalgo
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Lo más preocupante del empate de Saprissa ante Pachuca no fue el resultado, ni la posible eliminación del Mundial de Clubes. Peor aún fue tener la sensación de estar viendo a la Selección con la casaca morada.

No solo porque la base de la Tricolor está en este equipo, sino porque su juego fue una mala fotografía de los peores momentos que ha vivido la Sele: juego lento y previsible, maniatado por la marca rival, inoperancia en el marco contrario y la ausencia de un regulador del ritmo en el mediocampo.

En Saprissa vi al cuadro de Medford agravado por la no presencia de Centeno, cuya dependencia enfermiza nos presagia malos ratos. Miré al once nacional que una y otra vez, a lo largo de su historia, se queda sin respuestas, cuando el adversario aprieta la marca y provoca un vacío de fútbol a lo largo y ancho del terreno.

Ojalá Saprissa encuentre la fórmula para lograr lo que me parece sería milagroso: vencer al Pachuca en el estadio Hidalgo. De ello debería alegrarse no solo la masa de seguidores morada, sino el corazón nacional que palpita por el fútbol y que, como el mío, viene angustiado desde hace rato por la cercanía de la eliminatoria.

Lo mejor que le puede pasar a la Selección es que los hombres de Jeaustin Campos saquen la tarea en México. Nada sería más motivante para esa base tricolor, a la que han bautizado como la “Saprisele” . Equivaldría a un “mini aztecazo”, una inyección de moral para revivir el sueño sudrafricano.

A cruzar dedos y a rezar al santo predilecto, aunque éste no conozca nada de fútbol. Después de este calvario de un año de sequía nacional, no está de menos prender velas y sacar el escapulario, ya que terrenalmente la tarea parece imposible.

Porque si Saprissa es capaz de revertir su modesto juego y derrota al Pachuca, hay que admitir que los milagros del fútbol existen. Y eso, un milagro, es lo que urge para la Selección.