Domingo 17 de agosto de 2008, San José, Costa Rica
Nacionales | Domingo 17 de agosto, XX del Tiempo Ordinario
Tu fe es grande
  • AlDia.cr
    La mujer suplicó a Jesús por la sanidad de su hija. Internet.

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
redaccion@aldia.co.cr

¡¿Qué fuiste a hacer, Señor, al país de Tiro y Sidón?! Era tierra de paganos, enemigos de tu pueblo, gente extraña. Pero fuiste allá como movido por una fuerza distinta. Tenías que descubrir algo.

Y una mujer sale a tu encuentro. Por alguna razón te reconoce. Quizá tu fama se ha corrido. Ella, desesperada, te grita: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Pero, extraño, no le respondes. Me llama la atención la serie de títulos que te aplica. Realmente cree en ti.

Ella, sin desesperar, te sigue por las calles y empieza a atraer la atención de las gentes. Los mismos apóstoles te sugieren, Señor: “atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”.

Pero al parecer tienes razones para no hacerlo, tu responsabilidad mesiánica está focalizada, por eso les dices: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.

Por fin la mujer te alcanza y, postrándose ante ti, te suelta en la cara el clamor de su alma: “¡Señor, socórreme!”.

Sin reparo alguno la sacas de su error: no eres hebrea, no puedes recibir la salvación destinada al pueblo elegido: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”.

Tus duras palabras, al parecer, incomprensibles, en realidad se explican solas. El caso podría ejemplarizarse entre nosotros si arreciara la crisis alimentaria que nos empieza a amenazar. Cuando llegaran a faltar los alimentos, esperemos que no sea así, los primeros en perder la dieta asignada serán los cachorros de casa.

El pan será prioritariamente para los hijos. Los demás pasan a segundo plano.

Pero la mujer es más lista de la cuenta. De inmediato concibe una réplica a tu argumento: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”.

¿No era acaso esta la señal que andabas buscando en ciudades paganas? El Espíritu te conducía hasta allá para que comprendieras que el pan de tu Palabra bien podría alcanzar para unos y otros, para judíos y paganos. Aquella mujer ha terminado por convencerte, tienes suficiente pan para todos los pueblos de la tierra. Lo has comprendido, tu tarea se ha clarificado, se abren las puertas.

La mujer, iluminada por su propia indigencia y su inquebrantable fe, es reconocida: “¡qué grande es tu fe! Y por ello merece lo que había buscado ansiosamente: ¡Que se cumpla tu deseo!”. Y su hija quedó curada.

Los que no somos hijos, Señor, los perrillos domesticados, gracias a ella podremos comer de tu Palabra y crecer en la búsqueda de la verdad a tu lado y con tu abrazo. Gracias por tu sensibilidad y por alimentarnos con tu amor.

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