Postrándolo ante él le adoraron y dieron oro, incienso y mirra
Epifanía del Señor Alvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
El sentido de la Epifanía está vinculado con el término mismo, que significa “manifestación”, “aparición”. Veamos los acontecimientos. Jesús ha nacido en Belén de la casa real. Es hijo de José y por ello descendiente de David, heredero de su trono. Bien podría ser visto como competidor de Herodes que ni siquiera era hebreo.
Convenía por ello que su nacimiento pasara más bien inadvertido.
Pero Dios revoca ese silencio y un vistoso hecho hace que la noticia del nacimiento desborde lo meramente familiar, o a los humildes pastores. Jesús Niño es hoy reconocido por unos sabios, que la Escritura llama magos, que venidos del oriente, es decir, de más allá de las fronteras, le buscan como a su Dios, su rey, aunque saben que también es humano.
San Mateo nos ubica en Judea, en la época del reinado de Herodes. De los magos no nos define procedencia ni número, sólo sabemos que ellos plantean una firme consulta: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”.
Se inquieta la ciudad, se agita la casa real, pero sobre todo se intriga el viejo rey a pesar de que, como dice San Quodvuldeo, si hubiera creído en Jesús hubiera podido reinar tranquilo en la tierra y también en la vida eterna, porque Jesús no era rey de este mundo. Se escudriña a los profetas y Miqueas revela a Belén como la ciudad del Mesías, “de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel”. Herodes llama en secreto a los magos y a cambio de la fecha de aparición de la estrella les dirige a Belén. Pero deben darle informes, él quiere ir también: “a rendirle homenaje”.
La estrella vuelve a guiar a aquellos hombres hasta el Niño Jesús. Los recién llegados por fin se postran ante Él y le dan unos regalos simbólicos: oro pues es rey, incienso en cuanto Dios, mirra, porque un día será embalsamado.
Tras el encuentro, los magos regresan a casa. Como a sabios, se les pide en sueños que usen otro camino. Ellos han cumplido su tarea, han colmado su meta, han contemplado al que es Dios, rey y hombre a la vez. Se despiden del Niño ciertos de que la humanidad tiene ya cercana la respuesta añorada por siglos. Ante sus ojos el Eterno, el Infinito se ha manifestado, pero no lleno de gloria, sino en un pequeño y frágil Niño.
Ellos parten serenos, mientras la amenaza se cierne sobre Jesús. Pero de eso no nos ocupamos este domingo. Hoy nos quedamos con esa maravillosa sensación de estar ante un Dios que nos manifiesta su amor de manera absoluta, derramándolo sobre todos los pueblos de la tierra.
El nuestro es un Dios que se nos iguala y comparte nuestra vida humana, que salva a los que yacemos oprimidos por el yugo del pecado, y nos ofrece una liberación que solo Dios nos puede dar.
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Los magos le buscan como a su Dios, su rey. Internet
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