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 Nacionales Domingo 03 de febrero, 2008, San José, Costa Rica.
   

IV del Tiempo Ordinario

Bienaventurados, felices, dichosos...

Álvaro Sáenz, Presbítero

Hoy el Señor sienta cátedra en la montaña, como es propio de Dios, y da a la ley una aplicación más humana y edificante. Jesús, serenamente, anuncia que serán “felices” aquellos que acojan su ley y la abracen. Algunos llamaron a las bienaventuranzas “consejos evangélicos”. Son mucho más que eso. Esta nueva y definitiva ley es la clave para entender qué significa “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”. Veamos.

Primero que todo, Jesús llama “felices” a los que tienen alma de pobre. No pide vivir miseria sino austeridad, saberse necesitados, aunque tengamos bienes. Nos pide abrazar la pobreza voluntariamente, y, si tenemos algo, ponerlo al servicio de los otros. La pobreza debe verse como valor y virtud, porque sabernos desposeídos nos hace necesitados de Dios, nos facilita el echarnos totalmente en sus brazos. Como premio obtendremos el Reino de los Cielos.

Luego, irónicamente, Cristo llama felices a los sufridos, los pacientes, los desposeídos, los que lloran.

Serán recompensados por no dejarse llevar por sus instintos de codicia o venganza, de envidia o violencia, por satisfacerse en el hecho de ser discípulos de Cristo. Ellos recibirán el consuelo de Dios.

Serán felices también los que tienen hambre y sed, es decir, necesidad intensa, deseo genuino y contundente, de justicia, de santidad. Ellos serán saciados por Dios y alcanzarán la plenitud.

Serán dichosos también los que amen como Dios nos ama, es decir, siendo capaces de dar hasta el corazón al pobre sin esperar nada a cambio, ni siquiera gratitud. Los que amen con ese amor desinteresado y totalmente entregado, llamado misericordia, recibirán a cambio la misma misericordia, es decir, el perdón de sus pecados.

Son dichosos los que tienen el corazón puro, es decir, los que son veraces y auténticos para con Dios y con sus hermanos. Ya que sus corazones no tienen anhelo más profundo que ver a Dios, lograrán esa visión como premio al final de sus vidas.

Felices serán también, dice el Príncipe de la paz, los que trabajen por la paz, tarea esencial de la obra mesiánica.

Esos tales, así adheridos a Cristo en la faena redentora y pacificadora, serán llamados hijos de Dios.

Son felices, por último, quienes sean perseguidos por vivir la santidad, los que sean rechazados por mantenerse limpios, por vivir como Jesucristo. A ellos, que viven como su Señor, les pertenece el Reino de los Cielos.

Así, amigos, seremos felices, dichosos, bienaventurados cuando, por seguir a Cristo, por querer parecernos a él, suframos persecución.

Alegres y con el corazón rebosante aceptemos ese dolor, porque a cambio tendremos una gran recompensa en el cielo.

Foto: 1883567
Jesús proclamaba por lo alto las Bienaventuranzas y de esta manera decía que los sufridos tendrían el reino de los cielos.

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