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Volcán Turrialba Desde las entrañas del mundo Costa Rica cuenta con 112 estructuras volcánicas en todo su territorio. Solo cinco de ellas están activas Franklin Arroyo Gonzálezfarroyo@aldia.co.cr Estamos en el borde del cráter del volcán Turrialba y el principal reto es respirar. Con la mascarilla, el paso del oxígeno a los pulmones es escaso. Sin ella, el gas se le mete a uno hasta los últimos rincones del cuerpo. Es el ambiente cotidiano de los vulcanólogos que investigan el Turrialba, al igual que lo hacen con otros cuatro macizos volcánicos del país que mantienen actividad: el Poás, Irazú, Arenal y Rincón de la Vieja. La tierra caliente, las piedras que hierven y ese olor intermitente a a pólvora y a “diablos”, lo hace sentir a uno como en una caldera. Allí, en un coloso natural, presenciamos las desgasificaciones de cerca, las olimos, las escuchamos... y sentimos miedo. El terreno quebradizo, el gas fuerte, cargado de vapor de agua, pero que también contiene monóxido de carbono, dióxido de carbono, cloro, fluor, azufre, ácido sulfhídrico y que nos hace sentir un cosquilleo caliente en la garganta invita a reflexionar en qué nos metimos. Olla mágica Las rodillas flaquean ante la escalada por terrenos llenos de piedra meteorizada o de algo parecido a la arcilla, que torna blando e inseguro el camino. Erick Hernández, un vulcanólogo del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (OVSICORI - UNA), se metió en la fractura principal, dentro del cráter. Allí midió la salida de gases, la profundidad de la grieta, tomó muestras... Lo observábamos a escasos 200 metros, con los ojos húmedos, tosiendo y con ese miedo que se siente en los huesos y en la piel. “¡Que no tiemble, que no retumbe nada!”, era nuestra petición al Creador de tanta belleza. Expertos Eliécer Duarte, otro vulcanólogo, pide la presencia de expertos en salud para determinar el estado general de las vacas lecheras y de la vegetación. “En el Poás, por ejemplo, los períodos de desgasificaciones coinciden con un aumento en las estadísticas de enfermedades respiratorias. Si un paciente iba una vez al año por una gripe, en esos lapsos va hasta tres veces en un mes”. En las faldas del Turrialba, la vegetación, antes verde, luce árida y seca en muchos sectores, consecuencia de los gases. “Aquí no hay mamíferos. Antes se veían coyotes, liebres, zorros, martillas. ¿Qué pasó con ellos? Murieron o migraron”, expresa Duarte. De camino se observa poco ganado, algunos sembradíos de papa y fábricas locales de queso, pero son muchos menos que hace unos años. “El volcán mata insectos y vegetación, por lo tanto, no vienen los pajaritos o mamíferos pequeños y se corta la cadena alimenticia. Al final de esa cadena, está el hombre. Es solo una opinión, pero los expertos en salud deberían investigar”, dice Duarte. Mientras eso sucede, el Turrialba seguirá haciendo bulla. La misma que le empezaron a hacer en los noventas cuando el hombre metió maquinaria y abrió caminos, mientras él estaba dormido. “Para los que creen esas cosas, es una historia romántica”, dice Duarte.
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