Domingo 13 de julio de 2008, San José, Costa Rica
Nacionales | Domingo XV del tiempo ordinario
¡La hora de sembrar!
  • AlDia.cr
    Jesús siembra el amor y reparte su semilla a los demás con entusiasmo, gozo y vitalidad. Internet.

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
redaccion@aldia.co.cr

El evangelio nos habla de la siembra de la Palabra de Dios, así como de la importancia de ser tierra buena para dar fruto abundante.

Primero Jesús nos sorprende con la actitud ansiosa, refrescante y libre con que Él mismo, que es el sembrador esparce la semilla. No hay límites en su entusiasmo y gozo, vitalidad y generosidad. Él lanza semilla por toda parte, incluso por donde sabe que no será útil. Lo hace por si acaso. La arroja por la orilla del camino, los pedregales, los zarzales, por la tierra buena. No hay argumentos que frenen su entusiasmo de sembrador.

Y luego Jesús nos fascina con el modo como propone el comportamiento de la semilla en cada caso. Jesús usa el tipo de campo como analogía para expresar modos de recibir su Palabra; más aún, mis modos de someterme a esa labranza.

Me gusta pensar que yo mismo soy los cuatro campos, porque en el fondo todo depende de mi actitud y de la forma como asumo el llamado.

El Señor Jesús, al hablarnos de los comportamientos del campo, propone que la semilla, salida de sus manos generosas, no siempre tiene la misma suerte para todos los casos.

Hay que tener claro que para recibir bien la Palabra de Dios, se necesita esencialmente de generosidad, la misma que proyectó el sembrador. De esa capacidad nacen las tres condiciones determinantes: poder comprenderla, recibirla con mucha alegría, posponer ante ella mis ocupaciones y angustias.

De esa manera, si al recibir la Palabra me hallo en momentos de ignorancia o de incapacidad de comprenderla, será como si sembrara al borde del camino.

El Maligno viene, me hunde en desesperación y desconfianza, en la tortura de no creer en nada ni nadie; me roba la simiente y, por más Palabra que caiga, será como si se la comieran las aves del cielo. Ella se esfumará y yo quedaré sumido en el terror.

Lo propio sucede con la semilla tirada entre espinas y piedras, que representan mis fatigas, preocupaciones, inconstancias, zozobras. La semilla no tiene mucha ocasión para brotar. Y si lo hace, no podrá crecer. Pronto quedará asfixiada, ahogada por la falta de tierra y de humedad. Lo mismo sucederá a la Palabra de Dios.

Pero no deja de ser interesante que el pasaje termina asegurando que ni siquiera caer en tierra buena será garantía de éxito total para la Palabra. Se necesita más que la mera calidad de la tierra para que produzca en buen porcentaje.

Hoy aprendemos que lo que está en juego no es la calidad de la Palabra de Dios, que es siempre óptima, sino mi actitud ante ella. Debo ser tierra buena, pero esforzada e intensa. Eso hará que la semilla dé una cosecha realmente significativa.

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