AFP y EFE.- Josef Fritzl era considerado un vecino amable y un abuelo autoritario, pero también un hombre educado y siempre dispuesto a ayudar a los otros.
Ese espejismo se esfumó la semana pasada cuando se descubrió que durante 24 años encerró en un sótano a su hija Elisabeth, ahora de 42 años, y le engendró siete hijos.
El drama de Amstetten, ciudad a 130 kilómetros de Viena, abrió de inmediato una serie de interrogantes sobre ese país, donde parecen proliferar estos casos, como el de Natascha Kampusch quien estuvo ocho años secuestrada en un sótano (ver recuadro).
Fritzl, de 73 años se divertía con sus nietos en la piscina de la casa o cultivando el jardín.
Ese electricista que había trabajado como empleado en una empresa de materiales de construcción, era también un pescador apasionado y apreciado.
Con su esposa, Rosemarie, tuvo siete hijos, entre ellos Elisabeth. “Logró construir una leyenda y todo el mundo le creyó”, comentó asombrado el ministro del Interior, Gunther Platter. Ayer se supo que Elisabeth exoneró claramente a su madre durante su declaración ante la policía.
Fritzl inventó historias y fábulas, pero nadie, ni su esposa ni las autoridades locales, sospecharon su existencia esquizofrénica: durante 24 años, absolutamente nada le impidió llevar a cabo una vida tranquila en el apartamento que compartía con su esposa y perpetrar a la vez atrocidades tres metros más abajo, en el sótano.
Allí, drogó, esposó y encerró a su hija un día de 1984, cuando Elisabeth tenía 19 años. Con el paso de los años, acondicionaría este espacio de 60 metros cuadrados, con tres habitaciones, una ducha, una cocina y un televisor.
Desde el principio Fritzl prohibió a su entorno acceder al sótano pero también construyó una puerta de hormigón con cerrojo electrónico. Si su hija intentaba agredirlo, la puerta expulsaría un gas venenoso, le dijo Fritzl.
En su interior, abusó sexualmente de la mujer, tal y como venía haciendo desde que la pequeña tenía 11 años, y le engendró siete hijos. Al poco tiempo de nacer, tres serían adoptados por Josef y su esposa, otros tres permanecerían hasta hace unos días en ese sótano (frente a ellos siguió con los abusos sexuales) y uno fallecería justo después de nacer, por lo que su padre lo incineró en una caldera.
Para justificar la desaparición de Elisabeth en 1984, dijo que se había unido a una secta y como prueba, la hizo escribir una carta pidiendo que dejaran de buscarla.
Con el tiempo, tuvo que ingeniárselas para revelar la existencia de tres de sus hijos fruto del incesto. Los tres fueron depositados a los pocos meses de nacer en la puerta de su domicilio, junto a cartas escritas por Elisabeth que, desde su “paradero desconocido” recurría a los abuelos para que cuidaran a los niños.
Ahora, la mujer y sus hijos, están en un centro psiquiátrico.
Otros casos que erizan la piel
El 2 de mayo de 1998, Natasha Kampusch, de 10 años, salió de su casa rumbo a la escuela en Strasshof, Vienna. Cuando caminaba, la secuestró Wolfgang Priklopil, un técnico en electricidad. Desde aquel día y, durante ocho años antes de poder escapar, vivió en un pequeño cuarto de tres metros de largo por cuatro de ancho, debajo de un garaje.
Desde 1998 y hasta el 2005 –aunque el caso se ventiló en febrero de este año– una abogada de 53 años, psíquicamente enferma, tuvo presas a sus hijas a oscuras, cerca de Linz, también en Austria. Se trata de una mujer que no soportaba estar divorciada de su marido, jurista como ella, por lo que se encerró con Viktoria, Katharina y Elisabeth, entonces de 6, 10 y 13 años.
28 años de terror
La francesa Lydia Gouardo, de 45 años, fue violada, secuestrada y maltratada por su padre entre 1971 y 1999, y de él tuvo seis hijos.
Aterrorizándola y gracias a la negligencia de la justicia y los servicios sociales, Lydia no permaneció encerrada, pero su padre, Raymond, consiguió mantenerla junto a él hasta los 36 años.
Raymond, quien no era su padre biológico pero la había reconocido como hija, murió en 1999, sin ser juzgado. La madrastra de la mujer, Lucienne Ulpat, de 68 años, fue condenada en abril a cuatro años de prisión por cómplice.
El drama de esta mujer inició en 1971 cuando tenía ocho años y Ulpat le sumergió las piernas en agua hirviente, provocándole quemaduras de tercer grado. Como estas exigían curaciones importantes, Raymond no la dejaba ir a la escuela y la empezó a violar y a torturar.
Cuando tenía 10 años, Lydia comenzó a escaparse pero la policía la devolvía a su padre. En cada regreso el padre le quemaba varias partes del cuerpo con ácido.
Lydia quiere conocer a Elisabeth, para darle apoyo.
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