Alvaro Sáenz Zúñiga
Presbítero
El brevísimo pasaje final del evangelio de Mateo nos habla de la última reunión de Jesús con sus discípulos. Los once “fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado”.
La experiencia de estar con Jesús resucitado no habrá sido de ninguna manera una cosa sencilla. Los apóstoles estaban ciertamente acostumbrados a hablar con Jesús, al que veían como un hombre común, que a pesar de sus luces actuaba con normalidad. El Jesús de ahora, el Resucitado, ni se le parece, ni habla como aquel. Es singular que mientras varios de ellos se postran ante Jesús, “sin embargo, algunos todavía dudaron”.
Pero Jesús les sale con una frase muy desconcertante y firme: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra”. Esto diluye sus dudas, porque Jesús Resucitado ya no es presa de ninguna limitación humana, ya no tiene temores. Ahora es “el Señor” y así lo declara. Luego les dice algo significativo de su nueva condición, y que además determina y establece la tarea de la Iglesia Universal, hasta la consumación de los siglos: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”.
San Mateo ni siquiera menciona cómo ascendió Jesús a los cielos. Lo que le interesa es exponer la tarea evangelizadora. Por ello y porque quiere dejar clara a los apóstoles esa misión a la que Jesús les enviaba, enfatiza varios elementos importantes. Empieza por decirles que la misión comienza con un acto: “ir”.
El cristiano debe saber que lo suyo es a salir de sí mismo e ir al encuentro del otro para anunciarle el reino. La decisión de “ir” no se puede postergar. A todos nos urge que el mundo conozca a Cristo y se convierta. Pero, ¿adónde debemos “ir”? La orden de Jesús es muy clara: “al mundo entero”, porque la acción evangelizadora tampoco debe conocer límites.
Ir, ¿a qué? El cristiano hace discípulos de Cristo. Para ello anuncia la Buena Noticia. Pero también materializa, formaliza la acción salvadora y firma a los nuevos creyentes con el signo indeleble del bautismo.
Recibido el signo bautismal y el anuncio gozoso del Reino, el nuevo creyente empieza su proceso. Debe aprender a vivir la fe, a asumir esta “nueva forma de vida”. El bautismo no es sino el comienzo de un caminar, pausado y certero, hacia el Padre celestial, un caminar por Jesucristo y en el Espíritu Santo. El bautismo será el gesto que iniciará solemnemente el camino de la fe.
Hemos sido bautizados para vivir una vida nueva. Pero, no temamos, la promesa de Jesús es firme: estará con nosotros hasta el fin del mundo.
© 2008. Periódico Al Día. El contenido de aldia.cr no puede ser reproducido, transmitido ni distribuido total o parcialmente sin la autorización previa y por escrito del Periódico Al Día. Si usted necesita mayor información o brindar recomendaciones, escriba a webmaster@aldia.co.cr.