Antonio Alfaro, periodista
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Venido a menos Halloween, el viernes se quedaron en la tienda de disfraces algunos a la medida de más de un personaje costarricense.
Un disfraz de Juan Luis Hernández, quizás un poco empolvado, le habría servido a Paulo Wanchope para el juego de ayer. Son 15 años desde el último título, pero culpan al técnico actual.
El traje de pato con camiseta liguista, quizás le quedaba a Wílmer López para tocar a la puerta del presidente manudo, Hidalgo: ¡¿fichaje o travesuras?!
De árbitro se hubiese vestido Mario Sotela, el dueño de Liberia Mía.
Un maquillaje de “Gasparín” le quedaba al pelo a José María Figueres (así miraba el recién iniciado juicio de Calderón, sin que nadie llamara a los “Cazafantasmas”). Y si alguien le menciona su parecido con un expresidente, tan solo diría: “no sé, no me acuerdo”.
Una máscara de hule de San Casimiro estaba disponible en la talla del padre Minor. Aclaración: La chequera se alquilaba por aparte.
Solo se agotaron los trajes de enfermeras y brujas, tan gustados por las modelos de buena silicona, de lo poco destacable que nos muestra la Noche de Brujas.
Por lo demás ha venido a menos, tan lejana del día en que de niños salíamos a la inocente caza de confites, ajenos a delincuentes, sectas y el válido cuestionamiento hacia una celebración nada tica. Hoy no la echaría mucho de menos, excepto por alguno que otro disfraz.
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