Domingo 26 de octubre de 2008, San José, Costa Rica
Nacionales | XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Ama y haz lo que quieras
  • AlDia.cr
    Jesús nos enseña que debemos amar a Dios por encima de todo y profesar el debido amor a nuestros hermanos. Internet.

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
redaccion@aldia.co.cr

Los fariseos y saduceos son fanáticos religiosos enemigos de Jesús. Unos, apegados a la ley, creen recibir la salvación de ella. Los otros, niegan la resurrección, un concepto que entró más bien tarde a la fe hebrea. Ambos odian a Jesús, y hoy al saber los fariseos que Jesús “apalió” a los saduceos, vienen con una pregunta capciosa sobre los mandamientos.

Hasta un niño del segundo nivel de catequesis sabría cuál es ese primer mandamiento. Todos sabemos que es amar a Dios sobre todas las cosas.

Pero para los hebreos no era tan simple, porque tenían cerca de mil normas jurídico-religiosas, 300 mandamientos y más de 600 preceptos, todos con valor absoluto y sin categorías ni niveles. Por ello, la pregunta era muy hábil y se prestaba para una discusión estéril.

Pero la respuesta del Señor es rápida y certera. Jesús va hacia lo absolutamente central: amar a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y el ser, es el mandamiento principal y primero.

Pero Jesús no se queda allí. Abona lo suyo. Al primer mandamiento engarza lo que llama el segundo mandamiento, una norma doble señalando el amor a Dios como la supremacía de la ley y cimiento de todo. El siguiente paso es el amor que debo profesar al prójimo, un amor semejante al que tengo por mí mismo. Es decir, el amor que me tengo debe ser igual al que profese a los hermanos.

San Agustín, inspirándose muy posiblemente en este pasaje, decía: “Ama y haz lo que quieras”. La frase interpreta con suma claridad la propuesta de Jesús: “De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”. El que ama no puede pecar.

Jesús nos propone hoy la perfecta herramienta para asumir a cabalidad el proyecto de Dios. Además, nos permite comprender en qué fuimos hechos a imagen de Dios. Somos como Dios, porque podemos amar.

Amar es el don que Dios le dio al ser humano, su regalo. Amando seremos como dioses.

Urge entonces entender cuál es el amor verdadero. Amor sin egoísmos ni mediocridades, sin desórdenes ni extravíos, amor radical y esencial. Ese amor es Dios mismo. Así las cosas, cuando el hombre ama a Dios por sobre todos los amores, estaría empezando a llegar a la síntesis perfecta, comprendería el amor, aprendería a amar.

Solo amando a Dios por encima de todo, aprendemos a profesar el debido amor al otro, a mantener nuestros compromisos, sobre todo los matrimoniales. Amando nos acercamos a Dios. Amando nos encontramos a nosotros mismos. Amando aprendemos a darnos el respeto y entrega. Si el amor primero es por Dios, beberemos de la fuente de la vida y podremos por fin construir el reino en la Tierra.

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