Antonio Alfaro, periodista
analfaro@aldia.co.cr

Tan lindas las mujeres, con todo y lo que nos cuesta conquistarlas, convencerlas o simplemente entenderlas. Tan lindas que bastan y sobran para sentirse uno dichoso de no ser gay (con todo mis respetos a quienes lo son). ¡A quién se le ocurre una desventaja no serlo! Pero la hay.

La descubrí el otro día al leer una columna en el diario español El País, titulada “Los abrazos no dados”, de Maruja Torres, a quien robaré unas líneas: “Los hombres sufren, para su desgracia –no es el caso de los gays (sic), desde luego–, de falta de aprendizaje para los contactos que no sean sexuales... Entonces los abrazas y callan, temiendo que se vaya a abrir el mar Rojo y los vaya a engullir, o que se vaya a abrir el mar Rojo y los escupa”.

Los hombres no lloran, nos decían hasta hace poco. Los hombres no expresan ternura. Por eso nos cuesta un poco más la muestra de afecto, el abrazo a nuestro padre o hermano. Lo nuestro es un apretón de manos y ojalá con puñetazo en el hombro.

Nos cuesta en algunas etapas de la vida fomentar amistades con mujeres sin que haya un interés más que amistoso. ¡De lo que nos perdemos!

¡Y cuidado con tener amigos muy cercanos, que los demás alrededor no tardarán en cuchichear!

Sí hay una desventaja de no ser gay –admitámoslo–, pero podemos solventarla sin tener que serlo.