Antonio Alfaro, enviado
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Ticos y hondureños no solo tenemos en común la pasión por el fútbol, el llamarnos centroamericanos, el TLC, el arroz, los frijoles y el plátano maduro, sino también la Virgen, según he logrado comprobar en tierras catrachas.
Había oído hablar de la Virgen de Suyapa (cuyo día celebran la próxima semana), sabía que la mitad de las mujeres hondureñas se llaman como su Patrona, o llevan el Suyapa como segundo nombre (exagero algo).
Pero ignoraba cuántas coincidencias existen entre ella y nuestra Negrita de Los Ángeles.
Ambas fueron encontradas por personas humildes, según narran las historias, un joven campesino y un niño, y una muchacha “parda” (quizá mestiza).
Las dos imágenes parecen hechas por artesanos rudimentarios, en madera la de ellos, en piedra la de nosotros.
No tienen los típicos rasgos de las vírgenes europeas: la nuestra es mestiza, la de ellos con facciones indígenas.
Se mire por donde se mire había un claro mensaje: ella, Suyapa o la de Los Ángeles, quería acercarse al hombre común y corriente, vestida de sencillez.
Ambas fueron luego arropadas con lujosos trajes, llenos de alhajas, que a mil costos permiten ver la sencillez original de las imágenes. Menos la de Suyapa, que apenas mide seis centímetros y medio, pero parece grande con tanto adorno.
Detrás de tanto lujo estaría la buena intención de rendirles honor, pero en la sencillez está la riqueza...
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