Hugo Solano
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Heredia. - Con tristeza, pero firme en sus declaraciones, Arelis Marín, sobreviviente del asalto a tres trabajadoras del casino White House, el pasado 28 de octubre, relató como su vida cambió por completo tras sobrevivir a cuatro horas de terror. Su hermana Yerlin, de 24 años, fue asesinada.
Mañana se cumplen 100 días de aquella trágica noche cuando dos tipos las bajaron del carro a la salida de su trabajo en San Antonio de Escazú, las asaltaron e intentaron asesinarlas a las tres, dos de ellas sobrevivieron, Arelis, de 28 años y Angie Peraza, de 25.
Físicamente recuperada de un impacto que le atravesó la garganta y de otro en la cadera, Arelis dice vivir horrorizada.
Ella reconoció plenamente, en el Poder Judicial, a los dos tipos que las asaltaron, las ultrajaron y mataron a Yerlin.
Este es su relato: “recuerda que las llevaron a un cajero, sacaron $200, pasaron a echarle gasolina al carro y luego dentro del auto, el que manejaba le dijo al otro yo ya la escogí a ella, (Arelis) escoja usted la suya, para así ingresar dos parejas al motel.
“Allí descartaron a Angie, detuvieron el carro y dijeron a las hermanas que iban a hacer dos tiros al aire para que Angie escapara. Luego supe que le dispararon en la cabeza. Angie perdió un ojo, pero sobrevivió, de hecho fue la primera que dio la alerta”.
Arelis cree que los hombres no estaban drogados, aunque en la habitación uno de ellos decía: “Yo soy el psicópata y le pasaba el arma por la cara a mi hermana”.
Luego de abusar de las muchachas uno dijo: “mae ya son las 2 de la mañana, tenemos que irnos.
“Nos robaron las alhajas y lo que mi hermana andaba en el bolso. Luego detuvieron el carro en otra calle solitaria, mi hermana suplicaba, ‘¡no me maten, tengo un hijo!’, pero fríamente la hincaron y la mataron delante de mí.
El chofer le decía al otro, ‘mae péguele el tiro aquí, pero aquí, bien centrado y le señalaba la sien’, explica la joven.
“Yo sabía que seguía mi turno. De hecho, me puse a orar fervientemente en el carro hasta que en un lugar oscuro el chofer paró, me abrió la puerta y me dijo, ‘ahora sí, hínquese’”.
Dije en mis adentros, “Dios mío, que esa bala no me haga daño”. El tiro fue en la garganta.
“Ahora me da miedo ir al supermercado, no me atrevo a manejar de noche y ya no quiero que mis hijos salgan”.
Lo que más quiero es irme del país –prosigue– porque Costa Rica ya no es la misma. Tanto así que en la Asociación Justicia y Paz, fundada por padres y familiares de personas que han muerto en forma violenta, en el 90 por ciento de los casos los delincuentes están en la calle.
“En mi caso me quitaron a la única hermana, mi mejor amiga y mi compañera de trabajo.
“Mi sobrino se fue con el papá a Estados Unidos, ya está en la escuela y tiene psicóloga, porque se pone muy triste cada vez que ve la foto de mi hermana”.
Las consecuencias de tanta violencia van más allá y, según dice Arelis, ella tiene tratamiento con psicólogo, otorrinolaringólogo, psiquiatra y ortopedista, por lo que ha pagado más de ¢10 millones en su recuperación.
Pide a los magistrados mano dura, y penas severas. “Los diputados nos atendieron, ahora queremos que los jueces nos oigan”.
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