Domingo 5 de julio de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
El Evangelio

Alvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org

El Evangelio de hoy trae aparejado dolor, frustración y sensación de fracaso en la obra de Cristo, pero no por él, sino porque los otros quieren que fracase.

Los seres humanos somos desconfiados y eso es feo. Esta secuela nos la incrustó el pecado en la carne.

Jesús va a su tierra y empieza a hacer lo suyo, a curar y a predicar. Pero lejos de ser aceptado por sus hermanos, percibe que de sus corazones brotan frases absurdas y actitudes serrucha-pisos, muy propias del ser humano. Los paisanos de Jesús pasan del asombro a la ridiculización.

Tristeza y cierta decepción surgen del corazón de Jesús. Los suyos le hacen pronunciar una frase que resulta mala señal en medio de la buena noticia que él nos trae. Jesús dice: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”. Es terrible. El fracaso de Jesús, que le viene porque aquellos le conocen o lo vieron crecer, aumenta cuando el “conocido” les “jala el aire”, les muestra sus errores y defectos.

Por ello no es raro que la Iglesia viva algo parecido. Como somos de los mismos, eso nos hace malos comunicadores del misterio de Dios. Hay quien dice que los curas somos como los aviones: cuando uno cae se hace un escándalo, pero que hay miles que se mantienen en el aire sin problemas y nadie dice nada.

Por ello, cuando la Iglesia levanta su voz, por ejemplo, para defender a los no nacidos y a sus madres, librándolos de la devastación de un aborto, sólo recibe rechazo y murmuración.

La fuerza de Dios nos ayude cada día a predicar la buena noticia del reino en todas partes.

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