Edgar Fonseca
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La tragedia hondureña tiene nombres y apellidos: el eje La Habana-Caracas-Managua.

Su eminencia el Cardenal Oscar Rodríguez, sin pelos en la lengua, ha pedido a la comunidad internacional señalar a los verdaderos culpables de los infaustos hechos de estas horas.

Que no se aisle ni se sancione, de buenas a primeras, a Honduras.

Y que Zelaya se olvide de regresar.

La tragicomedia aérea de tal “Mel”, la achichincle de la Kirchner y el resto de bufoncitos culminó, conforme el libreto, con sendos encuentros de camaradas, primero en Managua, luego con los comandantes farabundistas en Comalapa. A Funes, por cierto, le dio penilla el show y se escondió.

Tal jornada de provocación dejó una inmensa estela de dolor en Tegucigalpa.

No se rasguen sus vestiduras los Castro, los Chávez y los Ortega.

Se les cayó una ficha que creían cazada.

Soñaron con convertir a Honduras en el espolón bolivariano más profundo… en el traspatio del imperio; la joya de la corona.

No contaron con un ejército, corrupto, como pocos, represor, como pocos, chineado, como pocos, por los gringos y condenable a todas luces por el golpe.

Pero, como dice el cardenal, no se vayan de bruces. No sancionen o aislen a Honduras a los acordes del payaso de Miraflores.

Punto final- ¡Qué pena que, en todo este convulso capítulo, ni Arias ni ningún otro líder demócrata latinoamericano, haya reparado, como el cardenal, en esos farsantes, los adalides de la “democracia” bolivariana”, los verdaderos culpables de esta tragedia!