Alejandro Arley Vargas
aarley@aldia.co.cr
Martillo en mano, Eladio Morera, de 63 años, buscaba ayer algunas piezas de madera en lo que fue su casa en el corazón de Varablanca de Heredia.
El terremoto de 6,2 grados en la escala de Richter del pasado 8 de enero, destruyó su vivienda pero no le arrebató a ninguno de sus seres queridos.
Hace seis meses el epicentro de la tragedia fue Cinchona de Sarapiquí de Alajuela, pero Varablanca y Poasito son comunidades que nunca olvidarán el impacto del sismo y tampoco volverán a ser las de antes.
“Mi casa tenía 16 años. Ahora vivo en la de un yerno”, dijo Morera, telegrafista pensionado.
Medio año ha pasado desde la fatídica tarde. A la 1:21 la naturaleza castigó con fuerza brutal a los habitantes de estas zonas.
Según estadísticas de la Cruz Roja, el terremoto dejó 25 muertos, 100 heridos, cinco desaparecidos y más de 125 mil afectados en todo el país.
Viviendas destruidas y abandonadas son un paisaje común. Las calles no tienen derrumbes pero persisten las grietas.
En el albergue ubicado en la plaza de fútbol de Poasito hay 39 casitas temporales que levantaron los voluntarios de la organización “Un techo para mi país”, financiadas con las donaciones de empresas, ciudadanos y el aporte estatal.
La gente agradece mucho la ayuda pero cuando sienten el frío y la lluvia que se filtra por la madera, o cuando deben lavar la ropa y bañarse fuera de la casa, no pueden evitar el deseo de tener algo mejor... algo propio.
Donelia Calvo asegura que no recuerda su fecha de nacimiento ni la edad de su esposo, pero nunca podrá olvidar el 8 de enero pasado cuando el terremoto destruyó su vivienda ubicada en Poasito de Alajuela.
“Mi casa tenía forma de castillo y ese día se cayó”, recordó al mostrar una foto.
Aquella tarde, ella estaba con una nieta fuera del “castillito” y su esposo, Juan Bautista Quesada, estaba dentro.
“Dios lo cuidó porque me lo imaginaba muerto. Él pudo salir solito, estaba sangrando por una cortada en el brazo”, recordó. Ayer por la mañana, pese al intenso frío que pega en el albergue de Poasito, doña Donelia salió a lavar ropa en un contenedor que está equipado con varias lavadoras. Los residentes del albergue se turnan para usarlas.
“A pesar de todo estamos tranquilos gracias a Dios. Hay que mantener el buen ánimo”, concluyó.
Al hablar con Orlando Vega uno comprende que los significados de “casa” y “hogar” son totalmente distintos.
Orlando perdió su vivienda con el terremoto de enero, pero el hogar lo tiene donde quiera que vaya. Actualmente habita con su familia en el albergue de Poasito.
Su mayor tesoro son su esposa Gloria López y sus hijas, Daniela de ocho años y Stephanie de 13.
La casita temporal es muy pequeña, pero le dieron un toque propio.
“De verdad no me quejo y me alegro mucho por todas las familias que ya tienen casa, pero nosotros también somos afectados del terremoto y quisiera saber qué pasará con la nuestra”, afirmó este transportista.
Mientras tanto, Vega sigue empeñado en hacer un hogar de su pequeña vivienda.
El súper Varablanca es más pequeño que antes pero lo importante es que está abierto y en pie de lucha.
Hace apenas 10 días, la administración la asumió Ricardo Rodríguez, un comerciante que literalmente está empezando de cero pues el terremoto le cambió la vida.
Una tienda de “souvernirs” que tenía y su casa en Varablanca no soportaron la fuerza del sismo.
Lejos de rendirse o salir de su comunidad, decidió pedir un préstamo bancario para levantar el supermercado.
“Esto ha sido muy duro. La gente perdió sus trabajos y muchos se han ido de Varablanca. El problema es no saber qué va a pasar con la zona”, afirmó ayer.
Rodríguez ahora alquila una casa en Fraijanes y sus tres hijos le ayudan de vez en cuando en el negocio.
Según el comerciante, Varablanca todavía anda “a medio gas” porque no se ha recuperado de lo que pasó.
Hace seis meses conocí a Alejandro Otoya, guía del hotel Jardines de Cataratas en Varablanca, quien me contó la experiencia que vivieron trabajadores y huéspedes con el terremoto de enero.
Este joven de 24 años fue uno de los que rescató turistas de los senderos y ayudó a reunir a la gente en el parqueo del hotel.
“Bajamos a los senderos gritando en inglés y español”, dijo aquella vez.
Ayer lo encontré en el hotel y noté que su pasión por la naturaleza y los animales sigue intacta.
“Esto es lo que me gusta hacer. Por dicha el hotel reabrió hace un mes y mis compañeros están trabajando”, expresó.
Como en enero, nos llevó donde viven los animales del refugio que hay en el hotel. “Ellos están bien”, añadió.
© 2009. Periódico Al Día. El contenido de aldia.cr no puede ser reproducido, transmitido ni distribuido total o parcialmente sin la autorización previa y por escrito del Periódico Al Día. Si usted necesita mayor información o brindar recomendaciones, escriba a webmaster@aldia.co.cr.