Domingo 19 de julio de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales | De hoy
El Evangelio

Alvaro Sáenz Zúñiga
Presbítero
asaenz@liturgo.org

Damos un paso más en este ciclo de narraciones sobre el envío de los primeros anunciadores del reino y de las experiencias que ellos tuvieron al esparcir la palabra de Dios.

El problema de hoy, es que el anuncio evangelizador que hacemos no está entre las prioridades de la gente. La vida presente hace que el hombre moderno se parezca mucho a aquel de los primeros siglos del cristianismo. Como entonces, la gente vive un extravío sorprendente, se depende sobre todo del dinero y se buscan satisfacciones efímeras.

Ante esto, un sacerdote asegura que la primera tarea del evangelizador, es abrir el gusto de la gente, empezar por hacerles el paladar. Solo si nos percatamos de la necesidad que tenemos de Dios, podremos encontrarlo y salir del agobio. El ser humano debe aprender a discernir a Dios en su palabra y empezar a caminar hacia él.

Jesús apoyaría esta idea. Él mismo, al enviar a sus apóstoles, sabía que enfrentarían dificultades que debían ser superadas. Y es que el evangelizador, ciertamente, necesita el reposo en el Señor y la certeza de su amor infinito, porque de la intimidad del discipulado se alimenta el ejercicio misionero.

Hoy más que nunca el evangelizador descubre que sus hermanos no distinguen ni siquiera las realidades más elementales de la vida.

Ante esto la propuesta de Cristo es compasiva. Nos manda atenderles sin límites, iluminarles intensamente con su palabra. Él es la luz que ha venido a este mundo. El evangelizador moderno sabe que debe anunciar a todos a ese Jesús.

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