Erick Carvajal M.
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Río San Juan.- En las orillas del río San Juan, la noticia de que la Corte Internacional de Justicia (CIJ) resolvió el diferendo entre Costa Rica y Nicaragua, pasó sin pena ni gloria. Nada cambió.

El 13 de julio pasado, día en que la Corte en La Haya dio su fallo, todo siguió igual en esta zona, según recordó Johel Romero, vecino del sector conocido como Calle Mairena. “Tengo 44 años de navegar libremente por el río. Nunca me han pedido nada, ni he tenido problemas con nadie”, explicó.

Tampoco cambió nada cuando estalló el conflicto entre los dos países el 15 de julio de 1998 y le prohibieron a los oficiales de la Fuerza Pública navegar con armas por el río San Juan.

“Vivir aquí siempre ha sido tuanis. No hay problemas con los militares nicaragüenses y es muy tranquilo”, dijo Eduardo López, de 42 años y vecino de Palo Seco.

El miércoles pasado, López navegaba el río a bordo de un canalete, una especie de bote pequeño, que se usa para pescar o trasladarse por las márgenes del río.

El fallo de la Corte, que interpreta el Tratado Cañas-Jerez, establece que los ticos pueden navegar libremente por el río sin que les cobren un cinco por ello.

Sin embargo, los nicaragüenses tienen plena soberanía en el afluente y hay que reportarse en sus puestos de control.

Bellísimo

El río San Juan es hermoso. Sobre su tranquila superficie se reflejan las montañas como si estuvieran sumergidas en sus aguas.

Del lado nicaragüense hay muchos árboles y se pueden escuchar los monos congos. Del lado tico hay deforestación y, las fincas, en su mayoría, son ganaderas.

Los nicas hicieron de su lado, una reserva llamada “Biosfera río San Juan”, la cual es protegida por un guardabosque del Ministerio del Ambiente y Recursos Naturales (Marena) de Nicaragua.

Tanto militares como funcionarios de Marena, que no quisieron identificarse, comentaron que las relaciones con los costarricenses son muy cordiales.

Incluso, ellos cruzan a una pulpería en la Boca del río San Carlos para hacer sus compras.

Marisol Flores, directora regional de la Fuerza Pública en San Carlos, manifestó que hay mucha comunicación con las autoridades nicaragüenses y se coordinan operativos por tráfico de drogas y armas.

Omar García, de 24 años, vecino de Cureña, no sabe por qué no invirtieron el dinero que gastaron en Holanda en mejorar la escuela o los caminos.

“No sé adónde fue el conflicto, aquí no pasó nada. Lo que necesitamos son mejores caminos para sacar el queso que producimos”, comentó García.

Muchos tienen la esperanza que los ¢800 millones que gastó el gobierno tico por el pleito, puedan ahora invertirse en mejorar la condición de vida de los vecinos del San Juan.

María Paulina García es estudiante de biología de la Universidad Nacional. Ella realiza un estudio sobre la pesca del langostino en el río San Juan como parte de su práctica profesional para obtener su título de bachiller.

La población de langostinos viene disminuyendo poco a poco, ya que se convirtió en una de las principales fuentes económicas de los pobladores de la zona o quizás en la única, revelan sus investigaciones.

“Antes existía un mayor comercio de otros productos, pero ahora la gente solo vive del langostino”, comentó.

Vecina de Pital de San Carlos, explora la situación para dar una voz de alerta. “Si los vecinos se organizan, pueden hacer granjas de langostinos y no acabar con la población que está en el río”, dijo.

Eladia Zeledón Zamora, es una nicaragüense que tiene ocho años de vivir del lado costarricense.

Sus hijos asisten a la escuela y son atendidos por los centros de salud ticos.

Ella está más preocupada por las escasas fuentes de empleo en la zona, que por el conflicto por el río San Juan.

Navegan en él y también pescan para poder sobrevivir.

Zeledón es oriunda de la comunidad Santo Domingo, al norte de Managua.

Ella va a hacer las compras a la boca del río San Carlos sin ningún inconveniente.

“Los niños van a la escuela por el río y nunca hemos tenido problemas con nadie. Ese asunto del San Juan es cosa de los gobiernos. A mí sinceramente, ni me va ni me viene”, comentó.

Vicente Duarte es oriundo de Chinandega, pero tiene más de cuarenta años de vivir en la margen del San Juan.

La falta de trabajo lo golpea igual que a sus vecinos.

Aunque la vida es tranquila, asegura que al mismo tiempo es dura y difícil.

A su edad, la cual no quiso revelar, tiene que andar por las márgenes del río pescando langostinos.

“Los voy a vender a la Boca del río San Carlos o los cambiamos por productos”, manifestó Duarte.

Para Duarte, en lugar de estar gastando plata en pleitos, deberían hacer mejores caminos y traer trabajo a la zona.