Alexander Aguilar, enviado
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Después de una gira estadounidense cargada de fútbol por los cuatro costados, tuve la oportunidad el viernes, aunque fuera por unas pocas horas, de cambiar de deporte en Dallas. Fue apenas un respiro deportivo con ritmo de Grandes Ligas en el estadio de los Rangers de Texas, quienes recibieron a los Mellizos de Minnesota.

El resultado del partido, al final de cuentas, es lo que menos me importaba. Ganaron los Mellizos 5-3, pero las enseñanzas de un juego de estos y su entorno son espectaculares y no sé por qué, pero a cada momento pensaba en nuestro deporte tico, tan necesitado de todos los ingredientes que pude observar en el viernes beisbolero.

Padres de familia con muchos niños y adolescentes se toman el béisbol como una fiesta de familia, donde al final de cuentas, a ellos también parecía importarles poco el resultado final. Después del partido sonreían como si vinieran saliendo de un parque de diversiones, donde comieron, disfrutaron, gritaron y vibraron junto a uno de los deportes que más une a la gente en los Estados Unidos.

En este país los estadios en general y en especial los del “beis”, son auténticos lugares de esparcimiento. Zonas de comidas de lujo para comprarse lo que se le antoje (desde un perro caliente hasta comidas más elaboradas) y si no quiere volver a su silla, puede seguir viendo el partido sentado frente a cómodas pantallas.

Los niños compran sus dulces y caminan solos a lo largo y ancho del escenario. Se saben de memoria el camino de regreso hacia sus padres.