Alvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org.

En las semanas pasadas, Jesús enviaba a sus apóstoles a esparcir la buena noticia del reino. Además, pudimos contemplar la enorme compasión del Señor por los que andaban como ovejas sin pastor. Desde esa compasión, hoy empezamos a leer el capítulo VI de San Juan. Los textos nos permitirán saber que Jesús parte de una compasión física para llegar a una compasión cósmica: colmar nuestra necesidad de vida eterna que él nos dará.

Luego de atravesar el mar de Tiberíades, Jesús es seguido por una multitud. Los contempla y siente compasión, quiere saciar su hambre. San Juan agrega un detalle: “Se acercaba la Pascua”. Con ello entendemos que lo que Jesús haga estará ligado con su pasión y su resurrección sucedidas en torno a esa fiesta, pero años más adelante.

La pregunta de Jesús a Felipe es capciosa: “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”. Él bien sabe lo que va a ser y que lo hará sin dinero. Sólo necesita del gesto desinteresado de un niño que tiene “cinco panes de cebada y dos pescados”, y que los ofrece generosamente.

Jesús, Dios que es, evoca el salmo 22 y hace recostar a todos en verdes praderas. Luego, anticipándose a lo que haría un día, toma el pan, bendice a Dios, lo parte y lo reparte. Lo mismo hace con los pescados, y convierte el gesto generosísimo del niño en alimento suficiente para que muchos puedan saciar su hambre material.

El gesto nos reafirma en la compasión de Cristo frente al que sufre. Jesús quiere que levantemos la cabeza y recuperemos la dignidad. Solo así alcanzaremos la gloria que el Padre nos tiene preparada.