Mauricio Astorga, actor
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México D.F. La semana pasada les decía que fui a ver a Luis Miguel al Auditorio Nacional.

Nos habíamos quedado en el momento en el que aparece en escena, entre el griterío y toda clase de piropos de sus “fans”.

En medio de un estallido, aparece en lo alto del escenario, con sus brazos abiertos y con una sonrisa que muestra los dientes más blancos que he visto en mi vida. ¡Se los juro! Son casi fosforescentes.

Llama la atención que su tradicional gesto, de tomarse la melena con su mano, quedó para el recuerdo. Ante la inminente llegada de la calvicie, ahora se peina de “pirucho” engominado con “moco de gorila”, tipo Elvis y no se lo toca para nada. ¡No vaya a ser que se le vean algunos "claros"! Es un consuelo, por lo menos ya me parezco en algo a él.

Pero no cabe duda que Luis Miguel es un gran intérprete, poseedor de una voz impactante. Es todavía mejor escucharlo en vivo que en un disco.

Eso sí, medio “agarrado” el hombre, porque su concierto no llega a las dos horas. Cuando el reloj marcó una hora con cuarenta minutos se despidió. Ante la insistencia del “respetable” regreso y cantó una más, el tradicional “zarpe”.

Valió el boleto. Fue un concierto intenso, con una orquesta de más de 20 músicos y en el que hizo un recorrido por la mayoría de sus éxitos. Ahora sigue ir a ver a Iron Maiden que estará esta semana en el Palacio de los Deportes de México.