Domingo 1 de marzo de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales
Evangelio de hoy

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org.

Cada primer domingo de Cuaresma, la Iglesia nos propone a Jesús siendo tentado por Satanás en el desierto. Este año escuchamos la propuesta de san Marcos, breve y concisa, casi imperceptible. Conviene descubrir que la narración de las tentaciones sucede después del bautismo del Señor. Ambas escenas se entrelazan.

Veamos: Jesús vivió una experiencia reveladora. Al salir del agua, los cielos se abrieron, él oyó al Padre llamarlo su hijo predilecto, y de inmediato el Espíritu, como paloma, vino sobre él como a su hogar. Desde entonces, el Espíritu le guía.

Con el primer impulso del Espíritu, Jesús va al desierto, a encuentro con Dios. Quizá nosotros veamos el desierto como algo inhóspito y desagradable, pero para un místico este es el sitio ideal para el encuentro y el diálogo con Dios. Allí no hay distorsiones ni distracciones, está solo frente a Dios. El desierto es también simbólico, supone la vida humana en la tierra.

En este desierto, Jesús permanecerá un período que implica realizar una tarea. El número 40 no supone necesariamente una cifra exacta, es como lo que dura una generación, como un tiempo de purificación, algo que empieza y encuentra plenitud.

Los 40 días de Jesús reproducen los años de peregrinación en el desierto de Israel.

El desierto es, además, el sitio donde somos sometidos a la prueba. Allí, como en la vida, me enfrento conmigo mismo y buscando a Dios tropiezo inevitablemente con Satanás, rival perpetuo que intenta siempre frustrar y desvirtuar el proyecto de Dios. Satanás asesina desde el principio, y quiere destruirnos. Tentó y venció al primer ser humano y ahora se atreve a tentar al Hijo de Dios hecho carne.

Pero Jesús supera la prueba. Como nuevo Job, vence, y logra convivir pacíficamente con los animales silvestres y gozar del servicio de los ángeles.

Jesús en el fondo lo que hace es mostrarnos cómo debe ser la vida de un ser humano: nacer por voluntad de Dios, recorrer el camino de la vida, enfrentar al enemigo y vencerlo, convivir con todos y ser servido por los ángeles.

Cada uno asume su propia experiencia, pero debe saber que alguien ya venció la batalla contra el enemigo, que ese enemigo está herido de muerte, que nuestra lucha fue vencida por Jesús de antemano.

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