Lázaro Malvarez
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Muchos y buenos son los boxeadores cubanos que han abandonado su patria en busca de mejores horizontes. Pero ninguno presenta la hoja de vida de Guillermo Rigondeaux, doble campeón olímpico de peso gallo, quien llegó a Miami hace pocos días, para convertirse en profesional.
Sus amigos le llaman “Rigo”, los entrenadores ponderan su disciplina y los extraños dicen que es un “negrito” callado y buena gente, que tiene una mano zurda de acero y se mueve como un felino.
Dejó el boxeo amateur con marca de 243 triunfos y solo cinco reveses y tuvo una racha consecutiva de 105 éxitos sin fracasos.
Precisamente, la última derrota por no presentación en los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro, Brasil, marcó la vida de Rigondeaux, quien por esos días intentó sin éxito abandonar la delegación cubana y firmar con una promotora alemana.
A su regreso a Cuba y tras 11 días de estar desaparecido en Brasil, lo recibieron meses de incertidumbre y ni la solicitud de perdón del mítico Teófilo Stevenson, tres veces titular olímpico, lo salvó del olvido. El castigo: olvidarse del boxeo.
Los Juegos Olímpicos de Pekín sintieron su ausencia y la delegación cubana mucho más, pues por primera vez en mucho tiempo los boxeadores regresaron a la isla sin medallas de oro.
Nadie escuchó las súplicas de “Rigo”, quien admitió su error, nunca dejó de entrenar y prometió enmendarlo sobre el cuadrilátero de la capital china.
Con su retiro forzado, el boxeo amateur perdió al candidato a convertirse en el primer pugilista en obtener cuatro medallas de oro en Olimpiadas.
Ni modo.
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