Ana Coralia Fernández
Periodista
paradigma@racsa.co.cr
No sé si han tenido la oportunidad de leer un libro de segunda. Hablo de esos que se consiguen en las compraventas dedicadas al noble oficio de revender revistas, folletos y ediciones de todos los temas imaginables.
Yo sí. De vez en cuando me doy una vuelta por algunos de estos sitios y, como un duende invisible, me voy colando por los pasillos repletos de historias apolilladas y enmohecidas.
Me encanta tomar algunos de los ejemplares más extraños y acercarlos a mi nariz, con los ojos cerrados, para oler cómo la tinta se fundió con el aroma del papel. A veces, el libro ha tenido un dueño que se delata en una firma que aparece garabateada en las primeras páginas, y si el antiguo propietario hizo notas, subrayó algunas frases o destacó con un asterisco un párrafo, ¡también puedo leerlo a él!
Me siento como una espía, releyendo con especial atención los signos y las rayas, porque me gusta pensar que ya somos tres en el encantador juego de la lectura: el autor, el o los antiguos dueños del libro y yo, que me asomo curiosa a tantas historias implicadas en dos tapas.
He encontrado allí verdaderas joyas literarias que llevo conmigo a casa y que reposan orgullosas junto a los nuevos, los bonitos, los actualizados.
Si de noche entrara a hurtadillas a la biblioteca, escucharía a los libros viejos sentando cátedra de todos sus caminos recorridos y vería a los nuevos soñando con resistir la prueba del tiempo, como aquellos, los amarillos, los viejos, los usados…
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