Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
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La propuesta del evangelio es severa. La vanidad y el orgullo son inaceptables en los discípulos de Cristo. Los creyentes deben mostrar sinceridad de fe, rectitud de conciencia, firmeza en sus principios.
Y es que los religiosos de tiempos de Cristo, como de todos los tiempos, corremos el riesgo de manipular el mensaje recibido. Incluso algunos se dejan llevar por sus inseguridades, por su propia inmadurez y llegan a ver lo religioso como una muleta, como un modo de recibir notoriedad y resonancia. Eso les llena de soberbia y engreimiento. Todo ello debe ser superado en Cristo.
Jesús nos dice: “Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes”. Cuán cuidadosos debemos ser para no caer en esa tentación. Y hay otro problema. Al hablarnos de esos presuntuosos dice: “devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones”. Hoy sabemos que muchos provocan un festín con el dinero que cae al manipular las conciencias y las manos de los inocentes y simples. ¡Temerarios! Dice el Señor que: “…estos serán juzgados con más severidad”.
La fe no puede entenderse como camino al enriquecimiento. Ni siquiera es un simple “simpatizar” con Cristo. La fe marca nuestra forma de vida, es abrazo radical a la cruz y a todo lo que ella significa. El Señor propone el ejemplo de una viuda que echa en la alcancía del templo todo lo que tenía para vivir. A Dios no pretendamos echarle las sobras, lo que quede después de habernos desgastado en ligerezas.
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