Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org

El año litúrgico cierra con la fiesta de Jesucristo rey del universo. Nuestro mundo está aburrido de ver que el título de rey se da a diestra y siniestra. Reyes del pop y del rock, reinas de belleza, reyezuelos del fútbol, coronas desprestigiadas.

Hoy la liturgia nos propone una fiesta establecida en el primer tercio del siglo XX, que glorifica a Jesucristo rey. Ahora bien, claramente la fiesta nada tiene que ver con armiños o terciopelos, con tronos labrados ni coronas esplendorosas. La fiesta habla más de los reyes de aquellas primeras civilizaciones, que no recibían privilegios sino que, por el contrario, salían en la defensa del pueblo, encabezaban las batallas, con su fuerza y sagacidad vencían a los enemigos.

Ante Pilato, Jesús es agobiado con interrogatorios desafiantes. Allí el gobernador romano le pregunta: “¿Eres tú el rey de los judíos?” A esto Jesús terminará asegurándole: “Mi realeza no es de este mundo”. Pilato, concreta aún más la cosa al preguntarle: “¿Entonces tú eres rey?”, a lo que Jesús respondió: “Tú lo dices: Yo soy rey”, para terminar señalándole que su reino es el de la verdad, que él debe dar testimonio de esa verdad y que aquel que ame la verdad debe saber escuchar su voz.

Nosotros decimos ser súbditos de Cristo y por ello estamos llamados a asumir sus gestos y signos. Además, nos corresponde imitarle también en su reinado, un reinado marcado por un trono muy simple: Una cruz, y por una corona de espinas.

Sigamos a Cristo en su entrega por nosotros y aprendamos a consagrarnos absolutamente a él en los más pobres.