Domingo 25 de octubre de 2009, San José, Costa Rica
Nacionales |De hoy
Comentario al Evangelio

Álvaro Sáenz Zúñiga, Presbítero
asaenz@liturgo.org

Ya hemos mencionado que, según la Biblia, cuando el Mesías llegara, la más importante manifestación de su presencia sería la curación de las dolencias que arruinan la vida humana.

De ello nos habla hoy San Marcos por medio de la figura de un ciego, Bartimeo, que tiene su encuentro con Jesús. El texto nos plantea dos planos. El del ciego, estático y conformista, que maneja mal la relación con Dios. El otro, dinámico, es el plano de Jesús y de los que caminan con él.

El ciego se entera de que Jesús está pasando y decide acercársele. Empieza, a gritar, diciendo: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!”. La frase supone cosas intensas, por ejemplo que el ciego sabía de Jesús, que le reclama compasión. Por supuesto los que pertenecen a su mundo resignado le regañan y hasta quieren hacerlo callar. Pero está decidido a salir y sigue gritando.

Jesús reacciona invitando al no vidente a entrar en su mundo. Nuestro Bartimeo, con el signo físico de dejar botado su manto, expresa su deseo de dejarlo todo por Cristo, de ser transformado por el Señor. Arroja su manto y se presentan ante Jesús. El Señor le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. La respuesta es simple: “Maestro, que yo pueda ver”. Jesús reconoce la fe de aquel hombre y le dice, mientras le sana: “Vete, tu fe te ha salvado”.

Aquel hombre experimenta la obra de Jesús y recibe la curación. Esto es lo que vive el que pida ayuda del Hijo de Dios.

Que nuestra experiencia de Cristo sea similar a la de Bartimeo: que sepamos reconocer a Jesús, que tengamos ánimo para pedirle ayuda, que seamos concretos en nuestro ruego y sepamos seguir a Jesús.

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