Gerardo Bolaños, periodista
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Son aproximadamente las 9 de la noche del 7 de febrero de 2010 y la suerte está echada. Laura Chinchilla, en el esplendor de sus casi 52 años, está a punto de declararse vencedora de las elecciones y entrar en la Historia.
Su rostro, que a veces puede reflejar dureza, se suaviza, y sonríe a medias para que el emocionado corazón no se le salga por la boca. Tal vez quiera gritar de alegría, pero no debe. La mano derecha se alarga y reposa sobre su pecho.
Lo oprime ligeramente, extasiada ante la realidad que va adquiriendo forma: primera Presidenta de Costa Rica. Se lo están gritando miles de seguidores que con sus cantos, gritos y llantos le iluminan los ojos con una mirada llena de desconocida dulzura. Ahí, en ese momento, es más mujer que nunca. Ahí, en ese momento, ya no es candidata-crisálida sino mariposa en cristal de roca. Ahí, en ese momento comienza la dura soledad del poder.
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